miércoles, 7 de enero de 2015

Autopsiando pinceladas: Noctámbulos


“Uno no puede distinguir el pensamiento de las palabras que lo expresan,
un momento de pensamiento solo puede ser captado por las palabras”

(Platón)

(Sonido de una emisora de radio sintonizándose)

1941

21 de Marzo. Berlín. Declaraciones de Adolf Hitler en un discurso a sus compatriotas: “Con la primavera vendrá lo bello. El nuevo año vera la victoria más grande de la historia”.

28 de Marzo. Londres. Acaba con su vida a los 59 años, víctima de una grave enfermedad mental, la escritora británica Virginia Woolf, autora de novelas como “Orlando” y “La señora Dalloway” y de ensayos como “Una habitación propia”.

22 de Junio. Moscú. Las Fuerzas Armadas del III Reich invaden la Unión Soviética.

1 de Septiembre. Berlín. Se ordena a todos los judíos llevar como identificativo un brazalete amarillo con una estrella de David  en blanco.

16 de Septiembre. Washington. La Casablanca da la consigna a los barcos americanos de abrir fuego contra los submarinos alemanes. Definitivamente los Estados Unidos de América han dejado de tener neutralidad oficial en la Segunda Guerra Mundial.

1942

23 de Junio. Varsovia. Comienzan a deportarse una media de 6000 judíos al día del gueto de Varsovia hacia los diferentes campos de concentración alemanes.

París. El filósofo y escritor Albert Camus, publica su primera novela titulada “El extranjero”.

26 de Noviembre. Los Ángeles. Se estrena el filme “Casablanca” dirigida por Michael Curtis y protagonizada por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart.

Nueva York. El pintor estadounidense Edward Hopper finaliza su pintura “Nighthawks” (Noctámbulos).

*****

(Noche en Nueva York.  23 horas. Intersección entre el Sur de la Séptima Avenida, Greenwich Avenue y el número 11 de West Street. Local compuesto por dos grandes cristaleras dejando ver a sus clientes desde el exterior. Cuatro personas en su interior se encuentran en silencio. Únicamente sonido de copas mezclado con el de un melancólico saxofón nacido de un viejo vinilo de jazz procedente de un tímido rincón del local).


(La bella dama de vestido y labios rojos)

Otra vez olvidé las cerillas en casa. ¿Cómo puedo ser tan despistada? De veras necesito un cigarrillo. O tal vez más de uno. ¿Debería pedirle fuego? Su extraviada mirada en el horizonte del local eclipsa su profunda reflexión interior, mientras sus manos juegan con un sobrecillo de azúcar. Parece estar absorto en sus pensamientos. Ni si quiera se ha desprendido de su sombrero gris. Quizás sea demasiado provocativo fumar en estos momentos. Al igual que el color de mi vestido y el del carmín de mis labios. Pero, después de todo, ¿Qué es lo que tiene de imprudente fumar tabaco y aparentar elegancia después del velatorio de una persona que hace pocas horas escribió el punto final a su existencia? ¿No debería de ser una obligación impuesta? Si alguna vez decido convertirme en empresaria seré la dueña de una funeraria. Sí, ya sé que suena morboso, pero podría darle otra perspectiva a la muerte. “Damas y caballeros, familiares y amigos. Ríndanles el mejor homenaje a sus seres queridos con una copita del mejor whisky escocés y un buen habanero. Por supuesto nos encargaremos también de vestir sus mejores galas. Todo suicidio necesita productos denominación de origen. Y además está permitido  prolongar el placer de su sabor hasta altas horas de la madrugada”. ¿Pero qué barbaridades me estoy diciendo? ¿Cómo puedo tener la osadía de planificar fallecimientos ajenos? En vez de divagar tanto, debería de estar pensando en ella…

(Cierra los ojos y aspira aire profundamente)

La ciudad de Nueva York la recordará, estoy segura de ello. Aunque yo ahora la releve en los escenarios heredando el papel principal de la obra, nunca llegaré a superarla. Y sin duda eso afectará a mi carrera artística. Pasaré a un segundo plano, seré como la heredera accidental, impuesta, la que alimentó su avaricia con la muerte. Puede que incluso se especule como mi presunta implicación en el caso.

(Abre los ojos mientras suspira)

No, no, no…ahora no es momento de autoflagelarme tan injustamente.
Recuerdo la primera vez que apareció en mi vida. El director  nos había citado en la sala de uno de los teatros de Broadway para las pruebas de selección de la obra, una mañana de otoño. Yo llevaba más de una hora esperando en un incómodo banco de madera fuera del camerino. Bueno en realidad estaba repasando en voz alta el diálogo completo de Antígona. Estaba tan adentrada en el papel de la protagonista que por un momento mi mente se trasladó a las puertas del palacio de Tebas, y del siglo XX  retrocedí  al V antes de Cristo, vistiendo finas telas blancas ancladas a mi hombro con un broche de oro. Sintiéndome producto del pecado más incestuoso jamás cometido: ser hija y hermana de la misma persona,  Edipo. Adquiriendo, después del destierro de éste, la misión de dignificar el honor de mi familia en la ciudad de Tebas,  luchando contra las leyes impuestas por mi tío Creonte (hermano de mi madre- abuela Yocasta), actual gobernador de la ciudad, al no querer dar digna sepultura, cómo así lo indican los Dioses griegos,  a mi recién fallecido hermano, Polinicles, castigándole por haberle traicionado luchando contra su patria. Por un momento sentí la rabia de Antigona al ver a su hermano abandonado como pasto para los buitres, prometiendo a Zeus llevar a cabo los ritos funerarios siguiendo las leyes divinas. La vi, me vi a mi misma embalsamando a mi hermano mientras los guardianes me arrastraban hacia Creonte para ser condenada a muerte. Y lo que más sentí fue el precio que tuve que pagar; renunciar al amor de mi estimado Hemón (hijo de Creonte) por tener el valor de ahorcarme antes de que el tirano de Creonte diera fin a mi existencia enterrándome viva.

 Sin duda el papel de mi carrera profesional. Toda actriz anhela interpretar a Antígona desde que empieza a serlo. La leí cuando apenas contaba con diez años, desde el principio me sentí atraída por su nobleza y dramatismo, su lucha por defender sus ideales, su reivindicación por la verdad, convicción y desafío de poder. Y también por su inmensa belleza tanto interior como exterior. Belleza que viene dada por el hecho de  ser ella misma en todo momento. Me absorbió tanto que fue en ese momento cuando decidí dedicarme al teatro el resto de mi vida. Había nacido para ese personaje, era mi papel y nadie absolutamente nadie podía arrebatármelo.

Cuando el director nos llamó, ella no apareció. Lo hizo media hora después cuando yo ya me encontraba en mi clímax dramático. Presentaba  un aspecto bastante demacrado; su rostro respiraba ausente de maquillaje y su cabello sin peinar. Pidió permiso para entrar.

-“Has llegado tarde”- dijo inquisitivamente el director.
-“Mis mayores disculpas. He sufrido un pequeño imprevisto al llegar hasta aquí”- dijo ella
El director se levantó desplazándose justo enfrente de ella mientras preguntaba.
-“¿Eres consciente de que no debería dejarte hacer la prueba, verdad?”

Ella le miró fríamente a los ojos durante unos segundos. Al final de su mirada se dejó llevar por una cálida sonrisa mientras decía:

-“El humanismo heroico de las tragedias griegas se caracteriza por la valentía de sus personajes al aceptar su propio destino.”

Con una mirada de sorpresa, el director le dijo:

-          “¡Sube el escenario!”- exclamó
-          “Suzanne”- dijo dirigiéndose hacia a mí – “Ahora tú vas a interpretar a Ismene”- hermana de Antígona. Sumisa a las leyes de su tío, elije la postura cómoda de la vida, ya que no se enfrenta a las injusticias impuestas por él.- “Y ella a Antígona. Vais a recrear la escena en la que Ismene  le recuerda aquello que se debe esperar de una mujer.”

Subí al escenario y comencé a encarnar a aquel papel secundario:

-          “Piensa además, ante todo, que somos mujeres, y que , como tales, no podemos luchar contra los hombres; y luego , que estamos sometidas a gentes más poderosas que nosotras y por tanto nos es forzoso obedecer sus órdenes aunque fuesen aún más rigurosas”

De momento, ella resucitó de sus apariencias. Desplazando sus pies del suelo, llevando las manos a su rostro, mirándome fijamente a los ojos, la vi cubierta de un blanco manto, con largos cabellos recogidos y su pétreo rostro cristalino lleno de lágrimas, implorando justicia en  las escaleras del palacio de Tebas, mientras me gritaba:

-“Déjame, pues con mi temeridad afrontar este peligro, ya que nada me sería más intolerable que no morir con gloria”.

Me hipnotizó completamente. He de reconocer, que nunca antes había presenciado algo parecido.
El director se levantó bruscamente de su asiento y exhausto de alegría gritó:

-          - “¡Lo tenemos! ¡Por fin lo tenemos! ¡Vamos a ser la envidia de Broadway!”

Oh, señor, empiezo a necesitar un trago. Ahora, sí  que nadie me lo puede rebatir.

(Le indica al camarero su petición: un “Bourbon” doble con hielo)

Ese fue el comienzo de mi batalla interna. Una espiral interminable de odio, rabia y sobretodo envidia. Después de cada ensayo, volvía a mi apartamento y comenzaba a lanzar objetos al suelo. No podía controlar mi ira. Intente engañarme a mi misma siendo su amiga, me acerqué a ella, a su mundo, a sus dudas y temores. Y cuando más la conocía, su bondad me absorbía hasta el punto de querer exiliarla, hacerla desaparecer.

El director percibió mi conflicto interior y un día me invitó a una copa:

-“¿Sabes por qué te di el papel de Ismene y no el de Antígona, Suzanne? – preguntó mientras le miraba absorto.- “Porque eres demasiado perfecta para ser ella. Tus aspiraciones internas te conducen hacia una utopía vital sometiéndote día tras días a las opiniones ajenas.  Tienes miedo a demostrar tu miedo, tus dudas. ¿Recuerdas el momento en el que Antígona va a morir sepultada por los verdugos de Creonte? Ella cae en las garras de un denso lamento, en el que se arrepiente de no poder disfrutar del amor y de estar condenada a vivir en soledad  por haber luchado defendiendo su causa. Es decir, a pesar de toda su fuerza, capacidad y valentía, demuestra su valor humano con la duda. Pretendes ser demasiado contundente con tus decisiones,  Suzanne, al igual que los Dioses, pero recuerda que no vivimos en un mundo divino, sino que al estar condenados a ser de carne y hueso somos responsables de nuestros actos. Le di el papel a ella porque vi a una mujer absolutamente terrenal, compuesta de incertidumbres contradictorias. Además para calmar tu angustia te diré, que no sé absolutamente nada de su pasado, excepto la información detallada en su pasaporte; nacida en 1917 en Chicago, hija de inmigrantes Europeos. No sé nada más, ni si quiera dispongo de referencias artísticas. Sólo sé, que cuando la vi interpretar su discurso me dije:

“Antígona ha resurgido una mañana de otoño de 1941, en pleno corazón de Nueva York.”

(Bebe un trago durante un largo instante y luego vuelve a colocar el vaso encima de la barra)

Tal vez sea eso, no aceptar que pese a todo mi esfuerzo no puedo pretender ser la persona que no soy. Yo no soy Antígona, ella en cambio demostró serlo. Incluso con su forma de morir. Quién sabe, tal vez necesitamos tragedia en la vida cotidiana para darle un toque de ficción a nuestra constante realidad.
Sin duda ella supo hacerlo como nadie.

En fin, con esto último no pretendo ofrecer mis alabanzas como corona florar, pues aunque siento una pena desbordable por ella, su muerte no termina de despertar mis sentimientos. ¿Cómo amamos a los amigos que acaban de dejarnos, eh? Es en ese frágil momento cuando llegan los homenajes, ese homenaje que tal vez habían esperado de nosotros toda la vida. Pero ¿se puede saber por qué  diablos somos siempre más justos y generosos con los muertos? Sí, ahora lo entiendo ¡la causa es bien sencilla! Con ellos no tenemos obligaciones. Nos dejan libres, podemos tomarlo con calma, beber el homenaje entre un coctel y un amante agradable.

La muerte es aún más hipócrita que la vida; silenciosa para muchos y en cambio, tan cercana a todos.
No, no voy a engañarme a mí misma, me alegro de su desgracia.

(Bebe otro trago, esta vez dura más tiempo.)

¿He dicho que no hay obligaciones con los fallecidos? Mentía, si nos tuvieran que dar una, esa sería guardar su memoria.
Pero, ¿Cuáles eran sus memorias? Al margen de su presente como actriz, ¿Qué secretos guardaba su pasado? ¿Por qué no había ningún amigo, fuera de los que tenía en el mundo teatral, ni familiares esta tarde en su velatorio?

(Termina con todo el contenido del vaso)

Y mi muerte, ¿será igual? ¿Quién me rendirá un homenaje?      
     
(Gira el cuello enfocando la mirada hacia la otra esquina de la barra donde se encuentra el misterioso caballero de rostro oculto, justo en el centro del cuadro)

¿Estará ese caballero haciéndose la misma pregunta?

(Permanece unos segundos absorta, y vuelve a girarse hacia el hombre sentado a su lado)

Sí, definitivamente voy a interrumpir su duelo pidiéndole cerillas.


(Hombre atractivo con traje oscuro y corbata perfectamente colocada)

Su coquetería es admirable  hasta en los momentos más amargos. Nunca antes me habían pedido fuego de una forma tan elegante.

(Saca una caja de cerillas de su bolsillo izquierdo, y prende una acercándola al cigarro de ella. A continuación guarda la caja)

 Pícara, quizás.

¿Por qué habrá elegido ese rojo vestido acorde con el color de sus labios para una ocasión como está? ¿Es esto rebeldía o provocación? ¿Intenta seducirme?

 Acaba de dar fin a una copa de Bourbon como si mañana no fuera a amanecer. Su silencio marca un antes y un después en su forma de aceptar las circunstancias.

(Gira su cuello y la mira durante unos instantes. De nuevo vuelve su mirada al horizonte)

Es guapa, muy atractiva  y además inteligente. Pero sobretodo, poderosa. Sí muy poderosa con sus actos. Quién sabe, tal vez termine entre mis sabanas esta noche. Y tal vez al cabo de un tiempo,  se convierta en mi mujer. Puede que tengamos hijos ejemplares y adorables. Incluso puede que llegue a ser feliz con ella. Pero nunca podré olvidar la forma con la que Antígona amó a Hemón.

(Coge otro sobrecillo de azúcar y hace a pedazos poco a poco)

Yo sé parte de historia escondida detrás de la tragedia, porque aunque me cueste trabajo aceptarlo; no todo en la vida es teatro. Los actores corremos muchas veces el peligroso riesgo de no ser capaces de distinguir ficción de realidad.

La verdad es que me dejó la mejor parte, la más suave y dulce. Pero también la más efímera.
Yo nunca dejé de interpretar a Hemón, no podía desprenderme de él. Yo también soy un joven inexperto pero bondadoso, y sobre todo, enamorado. Resulta paradójico que durante toda la obra, ambos amantes carecen de escenas apasionadas entre ellos. Sin embargo la llama de su pasión nunca se apaga. La nuestra tampoco se apagó. Realmente fue como un cuadro pintado en claroscuro. Su luz me iluminaba cada vez que me embarcaba en la ardua expedición en busca de su cuerpo, adentrándome en ella, deslizándome cuidadosamente en cada uno de sus recovecos guiado por sus cegadores cantos de sirena. Mis ojos se llenaban de lágrimas ante la impotencia de no poder llegar a lo más profundo de su mente. Cuanto más imposible se hacía la búsqueda hacia su identidad más sentía que la quería. El placer convertido en dolor, otra contradicción.

Ahora recuerdo con profunda tristeza cada vez que, después de elevarnos hasta la cima más angosta y divina del mismísimo Olimpo, exhaustos, ella me pedía que le leyera la parte final de la obra, en la que el coro de Tebas recita la muerte de Antígona al resto de ciudadanos de Tebas.

-          “Nosotros, en cumplimiento de lo que nuestro desalentado jefe nos mandaba, miramos, y al fondo de la caverna, la vimos a ella colgada por el cuello, ahogada por el lazo de hilo hecho de su fino velo, y a él caído a su vera, abrazándola por la cintura, llorando la pérdida de su novia, ya muerta, el crimen de su padre y su amor desgraciado. Cuando Creonte le ve, lamentables son sus quejas: se acerca a él y le llama con quejidos de dolor:”Infeliz, ¿qué has hecho?; “¿Que pretendes? ¿Qué desgracia te ha privado de razón? Sal, hijo, sal; te lo ruego, suplicante.” Pero su hijo le miró de arriba abajo con ojos terribles, le escupió en el rostro, sin responderle, y desenvainó su espalda de doble filo. Su padre, de un salto, esquiva el golpe; él falla, vuelve su ira entonces contra sí mismo, el desgraciado; como va, se inclina, rígido; sobre la espada y hasta la mitad la clava en sus costillas; aún en sus cabales, sin fuerza ya en sus brazo, se abraza a la muchacha; exhala súbito golpe de sangre y ensangrentada deja la blanca mejilla de la joven; allí queda, cadáver al lado de un cadáver; que al final mísero, logró su boda, pero ya en el Hades.
Ejemplo para los mortales de hasta qué punto el peor mal del hombre es la irreflexión.”

Un día no pude soportarlo más.

(Deja de recortar el sobrecillo, y toma un trago de su copa)

-          “Cásate conmigo “- le dije.
-          “Siento no poder darte aquello que me pides. Pero yo no soy de este mundo. En el mundo del que procedo no se puede amar tan intensamente como tú eres capaz de hacerlo”- me contestó

Esparciendo lágrimas agónicas la abracé como nunca antes lo había  hecho, mientras mi voz le hacía la incómoda pregunta:

-          “¿Quién eres?”

Ella me miró con una mezcla de cariño y lástima adornada con una relajada sonrisa. Esa sonrisa que sólo ella conseguía resucitar en los momentos más catárticos del diálogo.

-         - “Una mujer solitaria en la ciudad solo puede ser dos cosas:  una prostituta o una espía.”

         (Vuelve a beber de su copa y la termina)

-¿Cuáles fueron tus dorados honores, Antígona? Dime, ¿cuáles fueron?
-¿Llegaste a transgredir el orden?

 (Gira el cuello enfocando la mirada hacia la otra esquina de la barra, donde se encuentra el misterioso caballero de rostro oculto,  justo en el centro del cuadro)

-¿También tú, al igual que muchos en estos tiempos que corren, fuiste transgresora del orden?

(Permanece unos segundos absorto, y vuelve a girarse hacia el hipotético horizonte del local)

-¿Debo vivir con la culpa de poder haber evitado su muerte? Al igual que hizo Hemón, ¿debería de haberme extinguido junto a  ella de este desahuciado mundo?

(Le pide al camarero otro ron doble con hielo).


(Camarero rubio de blanco y almidonado uniforme)

Vaya, la última botella de ron que me queda. Con el rostro de cine mudo que visten estos dos esta noche, voy a tener que buscar más género en el bar de al lado.

(Le sirve la copa al hombre atractivo con traje oscuro y corbata perfectamente colocada. Accidentalmente derrama un poco de ron fuera de la copa, que va a parar al interior de la barra)

¡Mierda! Ya no soy el jovenzuelo que entró a ganarse la vida en este local por primera vez. Ya tengo mis años y por tanto, mi experiencia. No debería de permitir que me ocurrieran estos pequeños incidentes. ¿Qué pensarán los clientes?

(Con un trapo húmedo comienza a limpiar las gotas mientras pide perdón a sus clientes. Al llegar al interior de la barra ve un pequeño libro  también manchado por el alcohol).

Joder, también se ha manchado. Bueno por lo menos solo ha sido la cubierta, tiene solución. Pero, un momento ¿de dónde ha salido este libro? A ver el título.  Antígona de Sófocles.

 ¡Ah! ¡Ahora recuerdo!

(Se lleva consigo el libro hacia el interior de la barra, lo coloca en un estante y comienza a fregar copas)

Se lo dejó olvidado  la semana pasada esa muchacha, si esa que viene todas las semanas un día por semana; los jueves creo, y siempre a la misma hora, las cinco y treinta y seis. Siempre pide lo mismo: una copa de whisky escocés con un cubito de hielo. Ni más ni menos. Además, si no me equivoco siempre viene con una persona diferente cada vez. De pequeño me enseñaron que la discreción es la mejor herramienta para alcanzar la prudencia, así que nunca pregunto si el cliente no desea hablar.
Sin embargo, en lugares como este, a veces las personas beben para llenar la ausencia de una persona que les escuche.

(Baja su cabeza, enfocando la mirada hacia el fondo del fregadero)

La primera vez que me dirigió unas palabras con su radiofónica voz  fue la tarde más fría del año en la ciudad. Había nieve por todas partes. Por un momento pensé en los inviernos de mi vida anterior. Mi otra vida. La vida en el viejo continente. La vida que continuaban llevando mis hijas. Y que algún día llegó a vivir mi mujer.

Aquella tarde más de un metro y medio de nieve cubrió la puerta del local en la primera nevada. Cuando dejaron de caer copos, salí con una pala a quitar la nieve. Ella, que había estado dentro presenciando el espectáculo, salió conmigo a ayudarme. Cavamos y cavamos  sin parar, con un entusiasmo increíble, como si  por un momento, Nueva York se hubiera convertido en una isla desierta y nosotros tuviéramos el mapa del tesoro oculto. Cuando nos deshicimos de casi toda la nieve, permitiendo el paso al resto de clientes, ambos dimos un salto de alegría y chocamos nuestras manos. En ese instante volví a sentirme el niño que algún día fui y que todavía sigue durmiendo en mí. No podíamos parar de reírnos de nosotros mismos y también de nuestro éxito tan banal pero a la vez tan puro con el que  nos acabábamos de coronar.

-          ¿Cuál es tu nombre?- preguntó ella.

-          -Preisner, Zbigniew Preisner.
-         - ¿De qué parte de Polonia eres?-preguntó con un cálida sonrisa.
-          -De un pequeño pueblo cercano a Varsovia. ¿Cómo sabes que soy polaco?
-         - Es sencillo. Aunque el nombre y,  también tu acento, te delatan, cualquier americano se hubiera quejado mil veces del mal tiempo antes de salir con manga corta a quitar la nieve.

(Levanta la vista .Seca sus manos húmedas con un trapo, y se sienta en un taburete. Deja su mirada perdida en el vacío).

Dos días después mi hermana me envió un telegrama desde Varsovia. En él se escondía una de esas noticias que uno nunca debe saber en el exilio. Un grupo de soldados alemanes había arrasado con todas las viviendas de campesinos de los pueblos cercanos a la capital, entre ellas la mía. Pero lo peor fue que junto con esa aniquilación material, también estaba mi mujer; la habían subido en uno de esos trenes que carecen de viaje de vuelta. A las niñas no les ocurrió nada porque esa misma mañana habían ido a jugar al bosque. Ahora estaban viviendo en casa de mi hermana, pero su destino era frágil como una tensa cuerda a punto de romperse. Los nazis ya no tenían ningún criterio de selección a la hora de escoger prisioneros procedentes de mí país; ya no importaba si eras o no judío, si eras o no comunista, homosexual, mongólico, deforme, de otra etnia, o si simplemente eras tú mismo. Eras polaco, y por tanto estabas condenado a las inhalar ese gas incapaz de ser evacuado por esta demacrada humanidad.
Bueno, parece que nadie va a pedir otra copa de ron, si lo hacen les diré que se ha terminado y les ofreceré otro trago.

(Inquieto, busca la última botella de ron que queda y se sirve una copa)

No sé lo que ocurrió en el transcurso de los días que vinieron, sólo recuerdo la impotencia  y la angustia de mi llanto interno durante la oscuridad de la incertidumbre de las noches que me asaltaron. Salir de mi apartamento a altas horas de la madrugada y perderme por las calles más peligrosas de la ciudad a la espera de que algún afortunado con más gloria que la mía acabase con mi vida de un solo disparo. De divagar, dejarme ir pasivamente, sin actitud alguna. Y de esa manera no ser nada en este inframundo ahogado por los lamentos de aquellos que emigraron en busca de la utopía y fueron a topar con la desgracia  de un futuro que se rompe a trozos.

 ¿Cómo podía pretender cambiar mi situación? o  mejor dicho ¿Cómo podía  cambiar el mundo desde mi humilde posición?  ¿Qué iba a hacer yo para salvarlas? Yo nunca fui, soy, ni seré nadie.

 Sólo sé que tres semanas más tarde mientras hacía las cuentas de la caja registradora, unas voces de exótico acento me pidieron en inglés muy educadamente:

-         - Perdone, ¿podría tener la amabilidad de servirnos dos Coca Colas, por favor?

Cuando las vi allí tan diminutas pero a la vez tan mayores respecto a la última vez que las había abrazado, le di un salto a la barra, mientras renacía de mis ojos, la distancia acuática habitada entre los dos continentes.
Toda mi rabia e impotencia hacia la vida humana  se desvaneció con ella, transformándose en esperanza.

¿Puede el azahar atraer a los milagros? ¿Quién estaba detrás de todo esto, manipulando caprichosamente mi destino?

(Pega otro trago a su copa. Se dirige hacia el estante y vuelve a coger el libro. Se sienta en un taburete)

Pues sí, fue ella la que se dejó el libro. Vaya, hoy es jueves  y no ha aparecido en todo el día.

 (Vuelve a coger el trapo y comienza a limpiar cuidadosamente la portada del libro)

        Espero que desaparezca esta maldita mancha al igual que lo han hecho las gotas que han caído sobre la madera de cerezo de la barra.

 He de reconocer que voy a sentir mucha soledad cuando se lo devuelva. Me ha estado haciendo mucha compañía esta última semana que he trabajado en el fatigante turno de tarde. Una vez terminadas mis tareas, y si nadie se dignaba a ofrecerme conversación, me embarcaba en sus páginas. Incluso un día llegué a mi casa y en vez de contarles un cuento antes de irse a dormir, les relaté toda la tragedia. Se quedaron fascinadas ante la fuerza de esa mujer.

-        -  Papa, ¿también hay Antígonas en Polonia?- preguntaba una.
-        - Sí claro, por supuesto que las hay.
-        - ¿Y en América?- preguntaba la otra.
-          También las hay. Las hay en todas las partes donde haya una mujer valiente. Pero no hace falta que sea mujer, también puede ser hombre, como el fiel y enamorado Hemón. Vosotras debéis luchar por ser Antígona.- les dije dándoles un beso de buenas noches.

“Felices aquellos que no prueban en su vida la desgracia”, es la frase que más ha calado en mí de toda la obra.

(Gira el cuello enfocando la mirada hacia la otra esquina de la barra, donde se encuentra el misterioso caballero de rostro oculto,  justo en el centro del cuadro)

Este hombre llegó mucho antes que los dos actores,  ha pasado en esa esquina, sentado en el segundo taburete prácticamente toda la tarde. Nunca antes lo había visto  por aquí. No levanta la mirada ni siquiera para pedir una nueva copa.

¿En qué diablos estará pensando?

Quién sabe, quizás él también haya leído Antígona  y esté reflexionando sobre ella, al igual que lo estoy haciendo yo.

O tal vez…tal vez sepa algo sobre la ausencia de esa muchacha, porque solo me pide whisky escocés con un cubito de hielo.

Ni más ni menos.


(El misterioso caballero de rostro oculto,  justo en el centro del cuadro)

¿Cuántas horas llevo anclado en esta posición? Puede que unas tres. No, unas cuantas más. Cinco, quizás seis. Creo que voy a pensármelo antes de efectuar movimiento alguno pues a estas horas ya debería de ir planteándome el hecho de abandonar este subterráneo ecosistema urbano.

Pero, ¿y si el tiempo se ha detenido en estos momentos? ¿Qué sentido tendría ahora volver a enfrentarme con mi realidad?

(Sin levantar la mirada, llama al camarero rubio de blanco y almidonado uniforme y le pide otro whisky escocés con un cubito de hielo.)

Es la primera vez que me pierdo en este lugar, ella me había hablado de él. Decía que su situación arquitectónica sobre el plano de la intersección entre la calle y las dos avenidas que lo componían era perfecta para pasar desapercibido. Al mezclarte con personas anónimas te volvías invisible, como ellos, y de esta forma era imposible levantar la menor sospecha.

Pero al fin y al cabo, ¿no somos todas las personas conocidas y anónimas al mismo tiempo? ¿No somos todas las personas por el mero hecho de serlo, sospechosas?

(Con su dedo índice, dibuja un círculo acariciando suavemente el borde de la copa)

Voy a intentar  explicarme correctamente. Por un lado invertimos parte de  la vida intentando pasar desapercibidos, ocultando nuestra verdadera identidad. Pero en cambio, algunos cometen el atroz error, y a la vez el acto de valor, de sacar a relucir sus vulnerabilidades en los momentos más afilados.

¿Pero no es durante esos momentos cuando somos conscientes de ser los protagonistas de nuestra propia existencia?

Es lo que más admiraba y odiaba de ella.  Era como una luciérnaga que brillaba enérgicamente durante toda la noche para apagarse durante el día. El día era su oscuridad y la noche su luz. En los escenarios descargaba todo aquel peso con el que tuvo que arrastrar todo su pasado.

¿Digo solamente pasado? ¿Y presente?

Al conocerla, yo también me vi sumergido en esa dicotomía vital; la paradoja de aquellos que estamos condenados a vivir entre dos mundos. Entre el amanecer y el ocaso. Entre el ayer y el mañana.
 El agridulce porvenir de los que navegamos entre nocturnas llamadas encarcelados en oscuras cabinas perdidos en los crípticos  barrios de una ciudad que va creciendo sin parar, alimentándose de almas extranjeras.
O la de recibir un telegrama y leerlo a escondidas corrompidos por la avaricia de la información inédita.
O el del obsceno desafío de seguir los pasos de un alma en pena, invadiendo su intimidad, entrando en su casa, enviándole amenazas a él y sus seres queridos.

Todo eso para poner en duda tu propia dignidad. ¿Estoy haciendo lo que de verdad deseo en las horas que he gastado de este paréntesis cósmico en el que estoy sometido a respirar? ¿Este es el precio que debo pagar por el simple hecho de haber nacido en un país que resurge embalsamado de rabia y odio de las injusticias de la guerra anterior?

(Bebe un trago de su copa. Continua sin levantar la mirada).

Recuerdo aquella noche que me la encontré accidentalmente, esperando a un buque procedente de Belfast en el puerto. Fue justo después de la invasión alemana en Rusia.  Más de mil niños y aproximadamente la mitad de adultos, hombres y mujeres, ancianos, hambrientos, sedientos, casi desnudos, llegaban a la tierra prometida alejados del exterminio de un continente que caía en picado día tras día.

Yo, cobarde de mí, intente esconderme, escapando de su mirada. Pero ella, más ágil, se percató de mi presencia. Entre la oscuridad de las sombras eclipsadas en las tenues luces nocturnas. Se dirigió hacia mí. Yo no tenía escapatoria. Como si la fiera más peligrosa y rebelde de la selva la hubiera poseído, en un acto de agonía, asco y rabia se abalanzó sobre mí escupiéndome en la cara mientras sus efervescentes lágrimas me decían:

-         - “No pretenderás acabar con sus vidas, ¿verdad? Dime que no es eso lo que pretendes.”

Nunca antes me había hervido tanto la sangre como en ese mismo instante. Sin pensarlo levanté mi brazo derecho, azotándole en la margen izquierda de su rostro, con la misma rabia  que sentía al no saber porque lo estaba haciendo.

 Ella reaccionó segundos más tarde, con esa cálida sonrisa que tanto amaba y a la vez tanto desearía borrar de su expresión.

-        -  “Acaba con mi vida. ¡Venga, hazlo! Lo estás deseando, lo veo en tu rostro. No eres más que un espía reprimido y muerto del asco que le produce ser el verdugo de la deshumanización. Si lo haces ahora pasaremos desapercibidos, tanto tú como yo. Los dos. Yo ya no tengo vida, hace tiempo que deje de tenerla, al igual que tú. Nadie va a preguntar por mí, del mismo modo que nadie te culpará si lo haces. ¡Mátame de una vez!

-         - “¡¡¡¡Cállate zorra!!!! Cierra esa boca de puta que tienes. ¿Qué te crees que por ser la hija mimada de un alto mando de la Gestapo no te voy a faltar al respeto? ¿De verdad crees eso? Te crees una heroína y,  ¿sabes lo que escondes en realidad? ¡Traición! Eso es lo que escondes. Eres una maldita traidora, que por revelarse contra el honor de su nación, el de su familia y el de la futura promesa de Europa, está jodiendo el plan de aquellos que te dan de comer que no son más que aquellos con los que pretendes acabar ayudando en el exilio de  civiles bastardos repletos de piojos y enfermos de tisis, justo lo contrario  que te habían ordenado papá y sus colegas. ¿Pretendes cambiar el porvenir de esta Guerra? Sí. Tú sigue con tus ilusiones de bohemia idealista, y verás como llegas lejos. ¿Qué no te das cuenta de que en un conflicto bélico no existe la neutralidad del inocente? Queramos o no, en una guerra estamos todos implicados, por muy pacifistas que seamos. Debería matarte la vergüenza.
Puedes dormir tranquila, no seré yo aquel que te delate. Pero que sepas que tarde o temprano hasta los más valientes huyen cuando sienten a la muerte rondarles por la vida.

Entonces se dio la vuelta,  caminó unos pasos. Y desde donde estaba dejó por un momento de ser esa espía conspiradora de almas, a ser la actriz coleccionista de las almas de los personajes que interpreta, me respondió.

-         - “Yo no nací para compartir el odio sino el amor”-y con esa frase se deshizo de sus propias huellas.

En ese momento tuve un pensamiento fugaz. Pensé que al fin y al cabo, nos pasamos la vida interpretando a un personaje, hagamos lo que hagamos siempre estamos actuando. ¿Entonces, cuándo llega ese esperado momento en el que dejamos de actuar para ser nosotros mismos?

Sus palabras todavía no han podido escapar de mi mente.

(Bebe otro trago durante varios segundos. Permanece todavía sin levantar su mirada)

Pero el primero en caer fui yo. Tras varias semanas de extorsiones, telegramas y coacción incesante, me vi obligado a hacerlo.

Aquella mañana de domingo una extraña atmosfera me invadió, al ver la puerta de su apartamento entreabierta.

¿Habría alguien con ella?

Me deslicé sigilosamente, como un halcón volando cerca de su presa. Pero cuando entré a su habitación un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Nunca hubiera pensado que una silla de madera yaciendo en un frio suelo de baldosas grises, me impidiera levantar la mirada hacia la escena principal de aquel crimen personificado.

 La silla en el suelo.

 Sus pies levitando sobre la silla. La gruesa cuerda abrazando su cuello. Y una nota que todavía no he tenido el valor de leer.

(Saca del bolsillo derecho un papel blanco doblado en cuatro pliegues, y lo abre lentamente sobre la barra. Oculto en él aparece un diminuto mapa de Nueva York)

La nota decía:

“Y si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quién como yo, entre tantos males vive,
¿no sale acaso ganando con su muerte?”

No quería cargarte con el peso de ejecutar mi propia muerte. De modo que me adelanté.

(Observa atentamente el mapa. )

¿Qué  son estas señales en rojo? Parecen refugios clandestinos. Es muy peligroso que esto caiga en mis manos. Podría hacer mucho daño. Además en el aparecen  los nombres y apellidos de las familias.

Oh, señor…

¿Por qué me dejaste con semejante carga?

(Sigue leyendo la nota mientras su rostro se va llenando de asombro)

Ahora está en tus manos cambiar el curso de la historia.
Todos esos nombres y apellidos esconden personas, que a su vez viven conectadas con otras personas que a su vez componen la humanidad, y está los sucesos que nos depara el futuro del mundo en el que vivimos.

Si aceptas el desafío,
conseguirás  llegar a ser tú mismo.
Todo depende de ti.

Buen viaje.


(El misterioso caballero de rostro oculto se cubre el rostro con las manos, emitiendo un interminable llanto. La bella dama de vestido y labios rojos, el hombre atractivo con traje oscuro y corbata perfectamente colocada y el camarero rubio de blanco y almidonado uniforme le observan absortos mientras se descubre su escondido rostro).

FIN


                (A todos aquellos que aprenden a hablar bien sólo cuando renuncian a la vida por un tiempo).

(Y a M por animarme a dar vida a la gran obra de arte de Hopper).

Basado en:

-          Antígona. De Sófocles.
-          Shirley: Visiones de una realidad. Dirigida por Gustav Deutsch. Película en la que muchos de las obras de Hopper cobran vida, excepto el cuadro protagonista de este relato.

Inspirado en:

-          La caída. Albert Camus.
-          Vivir su vida . Dirigida por Jean – Luc Godard.
-          Casablanca. Dirigida por Michael Curtis.

Fuentes de información:

-Hemeroteca histórica de ABC: hechos más relevantes de los años 1941- 1942.
-Wikipedia: información sobre la técnica sobre la pintura de Hopper.