domingo, 1 de febrero de 2015

Instrucciones para medir el tiempo...con pañuelos de papel


Tras la última entrada de esta sección, "Instrucciones para medir el tiempo con latas de atún", retomo la sección "Instrucciones para medir el tiempo" basado en los "Manuales de instrucciones" de Julio Cortázar, autor argentino  que con su obra "Historias de cronopios y famas" nos  da una lección a propósito de los límites de la imaginación.

Materiales: pañuelos de papel convencionales, resfriado común.

Requisitos: Mucosidad nasal, saliva imposible de tragar, sentimiento de vacío, desesperación (o película 

dramática en su defecto).

Dificultad: elevada.


Tenga la humildad de escoger un día en los que se demuestre la infinita función excretora de fluidos característica de la especie humana.
De esta forma, usted dispondrá de dos situaciones en las que debutar nuestro experimento.
La primera se llevará a cabo, en la fecha exacta de su calendario en la cual,  tras meritorios esfuerzos por desprenderse de la adherencia de sus sábanas, cantidades industriales de densa saliva amarga y  angostas cataratas de  mucosidad color esmeralda decoren una compulsiva cefalea infernal secuestradora de los ambiciosos objetivos marcados en su agenda personal para ese día determinado.
Es muy importante que se mentalice previamente ya que en esa fecha determinada, usted  dejará de ser herramienta del postmodernismo actual, para ser el rehén de sus propias secreciones. De esta forma será  creador y víctima al mismo tiempo.
Una vez aceptada su situación con la dignidad del conformista, tenga la valentía de abrir un paquete de pañuelos de papel tatuado con el siguiente pasaporte.

PAÑUELOS
3 capas- más suaves y resistentes
10 unidades.

Desdoble una de sus rectangulares unidades como si de acariciar un peludo gatito indefenso  se tratase. Aspire fuertemente absorbiendo todas las moléculas de oxígeno disponibles  en la oscuridad de su aposento solitario.
 Cuando se sienta realmente preparado  libérese de toda la rabia acumulada exponencialmente en el interior de su infinita fuente de ocupas clandestinos resistentes a pagar el alquiler de su inocente resfriado .

-“¡¡Salgan de ahí fuera anarquistas aburguesados, ladrones de mi lunes por la mañana!! No importa si fuisteis hijos de un virus rebelde o de una bacteria sinvergüenza heredada en el ascensor al subir con mi vecina la del quinto o de mi baboso y mocoso sobrino pequeño. Sólo os pido que devolváis la cotidianeidad a mi planificada existencia, pues la necesito… ¡Oh sí la necesito, mi alma se oscurece de pensarlo; se vuelve del opaco color verde de la otorrinolangológica mucosidad con la que me torturáis! Necesito a mi despertador, el mal humor al  escuchar su mecánica melodía sintética, necesito a la constante inercia dictadora de mis actos; no puedo prescindir de esa ente etérea  y omnipresente llamada “siglo XXI”.

 De verdad os pido, inquilinos de mi garganta, conductos nasales y senos… devolvedme mi condición de objeto.”-  Exclame con fuerza.

A continuación lleve a cabo la segunda situación. Una vez enfrascado en la hermética fragancia del fracaso, dele rienda suelta al papel protagonista de sus fluidos.

 Sí,sí , leyó correctamente. No, no, para nada. No existe ambigüedad alguna. Como usted  acaba de intuir; son ellas, esas grandes temidas por la mecánica del hombre moderno.

Las lágrimas.

 Nuestro líquido más inocente. Las hijas bastardas del músculo orbicular de los párpados. Tan simétricas y bilaterales (pues no se puede llorar con un solo ojo). Tan puras (pues junto con los sueños son las grandes mensajeras de nuestro subconsciente) y tan prostitutas a la vez (se ven obligadas a serlo al mezclarse con los  mocos cuando mueren en el conducto nasolagrimal desprendiéndose de su transparente elegancia).
Ante semejante espectáculo acuoso usted deberá repetir el mismo proceso anterior. Si todavía dispone de oxigeno, aspírelo fuerte y a continuación vuélvase a liberar, está vez con más fuerza, más impotencia, más humanidad. Sienta el placer de saborear el irremediable destino que le acecha.

Deshidrátese de su vulnerabilidad.

A continuación dispóngase a acumular cada uno de los pañuelos en forma de otoñales champiñones de temporada poblando su cama.

Es importante que sepa la clasificación de las lágrimas. El ser humano es capaz de secretar dos tipos de lágrimas.

Por un lado están las lágrimas falsas o pseudolágrimas . Son las actrices de la mentira, pues las utilizamos al sentir emociones falsas, o pseudosentimientos como cuando pretendemos conseguir un ascenso (o evitar un despido improcedente) en el trabajo o al dejarnos engañar en nuestra oficina bancaria de confianza  implorando un préstamo sabiendo que nos hará llorar de verdad al no poderlo pagar.  También podemos incluir a las lágrimas vertidas al ser espectadores de una manifestación artística, ya sea un desgarrador cuadro de Goya, una obra de teatro del absurdo, una canción de Louis Armstrong, o una película dirigida por Isabel Coixet. Pero la veracidad de últimas puede llegar a ser debatible, ya que la misión del arte no es otra que indagar en lo más profundo de nuestros enrollados intestinos para extraer de ellos los sentimientos escondidos por nuestra racionalidad. Podemos plantearnos entonces la veracidad de las pseudolágrimas ante la representación estética del artista creador.

Por otro lado tenemos las lágrimas verdaderas, o lágrimas de verdad. Son las grandes protagonistas de este Manual de instrucciones  con el que le estamos amargando el día. A estas alturas de este agónico e indeseable tríptico usted ya ha debido percatarse de nuestra ascendente evolución, pues al principio comenzamos por la parte más fácil, aquellas secreciones espontáneas incómodas, infectadas, contagiosas, pero carentes de mensaje relevante, ya que  los pañuelos que las transportan carecen de emociones, puesto que los mocos y la saliva son incapaces de transmitir sentimientos.

Así pues, mediante estás lágrimas verdaderas, los pañuelos de papel serán utilizados como transportadores de sentimientos a su vez, verdaderos como la  ira, la tristeza, la rabia, la impotencia, la desolación, la desesperación por todo tipo de fracaso (el del despido injusto, el de la cola del paro, el de ese amor pasajero que podría haber llegado a hacernos olvidar definitivamente de las lágrimas, a un cáncer terminal que nos hará descubrir planetas hasta ahora desconocidos en pocos meses… ) .

Pero sobre todo usted debe saber que las  lágrimas verdaderas  son la máxima expresión de la soledad.
De esa soledad que surge al enfrentar contra su prominencia nasal , la celulosa tejedora de ese  papel fabricado en alguna fábrica de Tarragona  cuya idea original, diseño, manufactura, y proceso de calidad ha sido examinado por empresarios, ingenieros, técnicos , peones de fábrica y algún que otro sindicalista repartidor de utópicos panfletos marxistas. Toda  esta folklórica burocracia para que usted se dé cuenta de que estos pañuelos han seguido los mismos protocolos que sufre usted  al rendirse ante la espiral del sedentarismo mental que gobierna el mundo del hombre contemporáneo a través de una pantallita conectada a un nuevo pensamiento telepático llamado internet ante el cual debemos arrodillarnos.

Internet no sabe llorar, por dos motivos esenciales; a) no puede acumular sus lágrimas en pañuelos, b) a diferencia de usted, nunca está solo (aunque la calidad de su compañía sea francamente cuestionable) por eso es atemporal. No existe el tiempo al navegar en sus aguas.

¿Y qué tiene que ver la medición del tiempo, su escatológico  constipado , con estas lágrimas recordándole su soledad este lunes por la mañana en el que debería de estar siendo útil para la humanidad en vez de acumular asquerosas  bolas de papel?

Sí, ha acertado, el resto de los mortales, al igual que usted también  necesitan las lágrimas para gestionar su soledad vital, esa soledad inevitable que por un momento, nos aleja de ese ser autómata en el que nuestro querido  Homo sapiens se encarnó hace unas décadas para transformarnos en aquello que algún día fuimos:

Seres humanos.

Al final de su vida, cuantifique la cantidad de pañuelos utilizados con lágrimas verdaderas.  Si usted cuenta más de cien mil, respire en paz,  ya puede morir tranquilo.
Habrá vivido.

FIN

(a K , porque aunque ahora estés lejos, sigues regando las plantas marchitas de mi inspiración)

Os dejo con una canción muy representativa de lo que supone aceptar vivir en soledad.