LXXI. TORMENTA
Miedo. Aliento contenido. Sudor frío. El terrible cielo bajo ahoga al amanecer. (No hay por dónde escapar.) Silencio... El amor se para.
Tiembla la culpa. El remordimiento cierra los ojos.
Más silencio...
El trueno, sordo, retumbante, interminable, como un bostezo que no acaba del todo, como una enorme carga de piedra que cayera del cenit del pueblo, recorre, largamente, la mañana desierta. (No hay por dónde huir.) Todo lo débil- flores, pájaros-desaparece de la vida.
(...)
¡Angelus! Un Angelus, duro y abandonado, solloza entre el tronido. ¿El último Angelus del mundo?
Y se quiere que la campana acabe pronto, o que suene más, que ahoge la tormenta. Y se va de un lado a otro, y se llora, y no se sabe lo que se quiere...
(No hay por dónde escapar.) Los corazones están yertos. Los niños llaman desde todas partes...
-¿Qué será de Platero, tan solo en la indefensa cuadra del corral?
Platero y yo (Juan Ramón Jiménez)
Sin las tormentas no se aprecian los rayos de sol.