De cómo
visitar una ciudad y escribir una novela sobre ella pueden dar un giro
inesperado a tu vida.
Viajes de papel: "El invierno en Lisboa"
“Reconocí su manera
de andar mientras cruzaba la calle, ya convertida en una lejana mancha blanca
entre la multitud, perdida en ella, invisible, súbitamente borrada tras los
paraguas abiertos y los automóviles, como si nunca hubiera existido”.
Con estas
palabras me decía adiós, mientras los rayos de sol nacían tímidamente en esta
mañana de lunes festivo, “El invierno en Lisboa”, la segunda novela (y para
algunos la más relevante) de Antonio Muñóz Molina.
Con la
tristeza de aquel que se despide de un amigo (o quizás de un amor) a través del
cristal de la ventana de un tren de larga distancia, cerré la contraportada pensando
que este no sería un adiós definitivo, sino un tierno “hasta luego”. Mi
relación con la esta novela es igual de contradictoria que los personajes que la
habitan, y es que desde que supe de su existencia he intentado evitarla de
forma inquisitiva por un caprichoso reto literario: no leer “El invierno en
Lisboa “hasta no haber visitado la ciudad que bautiza su título. Esta decisión
que algunos calificarían de excelente “turismo literario” desde mi punto de vista
ha sido una forma inocente de transgredir a la imaginación, ya que, ¿hay algo
que emocione más al lector que el de imaginar una ciudad desconocida a través
de la descripción subjetiva que un escritor elabora de ella?
“¿Tú nunca sueñas
que te pierdes por una ciudad donde no has estado nunca?”
En otras palabras: me siento una lectora
infiel, pero como Lucrecia, la protagonista femenina de esta novela, que
durante unas horas de misteriosos hoteles oscuros se transforma en la amante del
solitario pianista Santiago Biralbo, me siento orgullosa de serlo, porque esta
experiencia me ha brindado la oportunidad de viajar de forma física,
psicológica y literaria decorando el espacio y las inquietudes de unos
personajes más cercanos a nosotros de lo que el autor pretende al dibujar en
este delicioso cuaderno de viajes prohibidos.
Adentrándome
en el epicentro de este análisis alternativo del libro, voy a centrarme en un
fenómeno casi fantástico que de cuando en cuando irrumpe en la vida de los
autores: la metamorfosis del escritor en uno de sus propios personajes. Este
hecho casi surrealista, fue precisamente el que aconteció en la vida de Antonio
Muñóz Molina, y cuya consecuencia fue precisamente, el título de esta entrada;
un giro inesperado en la trayectoria de su existencia.
Antonio
Muñóz Molina era (y sigue sintiéndose orgulloso de ello) un andaluz de
provincias nacido en Úbeda (Jaén) hijo de campesinos y funcionario en la
concejalía de cultura del Ayuntamiento de Granada, casado y con hijos. Hasta
los datos leídos; un español medio descendiente de trabajadores y por tanto
calificado por inercia como ciudadano “normal”. Pero Muñóz Molina era algo más
que una persona normal; era licenciado en Historia del Arte y un amante
incondicional de la pintura, la música, el cine y la literatura, vicios que le
conducían a refugiarse en una habitación perdida de su hogar alejado de su
familia encontrando la inspiración dormida por su aparente vida cotidiana.
De estas
horas de exilio doméstico nació el borrador de “El invierno en Lisboa”, cuya ciudad
protagonista era Florencia. Sin embargo, el autor consideró que carecía de
consistencia y ni siquiera se le pasó por la cabeza el deseo de publicarla.
Además, él se sentía día tras día, viviendo una vida que no le pertenecía
debido a la sensación de
extrañeza respecto a su familia y al rol que la sociedad le pedía que
interpretara. Ante este tenue paisaje, un amigo le sugirió un día “¿Y
por qué no visitas Lisboa? Y así lo hizo. Con los ojos de un niño que observa
los rostros de su primer viaje, Muñóz Molina se dejó perder durante tres días
en la ciudad del fado, de las caóticas calles adoquinadas, de un río camuflado
en el mar, y de las miradas lascivas acechando en cada esquina. El escritor se
empapó de cada detalle como si fuera el último viaje. Experimentó esas
sensaciones secretas que todos los aficionados a las palabras esperamos sentir
al visitar por primera vez una ciudad extranjera; la de desprenderse de un
mismo. Pero esta erudita y bohemia sensación que regala la falta de identidad
era completamente falsa: mintió piadosamente a su mujer mientras ésta cuidaba
de su hijo recién nacido para escribir el preludio de la vida que siempre había
soñado.
De esta huida fortuita, nació a su regreso “El invierno en
Lisboa”, y a partir de ese momento su biografía se pinceló por las vicisitudes
del destino: deshacerse de su rutina anterior, separarse de su mujer, ganar un
premio Planeta, escribir nuevas novelas, convertirse en periodista para algunos
importantes periódicos, formar parte de la Real Academia Española de la lengua,
conocer a la escritora Elvira Lindo y casarse con ella, ser director del
Instituto Cervantes en la ciudad de Nueva York y el más reciente, ganar el
premio “Príncipe de Asturias de las Letras”.
Con este epílogo no pretendo elaborar el curriculum vitae del autor ni, al contrario, maldecirlo por sus
actos. ¿Recordar su vida anterior y
también este palmarés es necesario para justificar la decisión que tomó en su
día de alejarse de sí mismo para reencontrarse? En mi opinión constituye un
punto de referencia para explicar una constante en las novelas del autor:
“¿Cómo
se forma uno? ¿Cómo se define uno como es? ¿Cómo llegas a ser quién eres? Para
definirte necesitas un viaje, pero puede ser un viaje cercano, en tu propio y
limitado entorno o un viaje exterior (…) Yo elegí el segundo.
(Entrevista
en Canal Sur)
Con esta declaración de principios el lector consigue , a
través de la lectura de “El invierno en Lisboa” comprenderlo como un alimento
de experiencias vitales: literarias, artísticas, cinematográficas y personales que describen la prófuga huída del
protagonista entre dos ciudades europeas. Por un lado, la oscura y nocturna San
Sebastián, representada por la vida estable del músico y también el lugar donde
se gesta el amor; donde una noche de jazz se entrecruzan casualmente las
miradas de Lucrecia y Biralbo, y por
otro la vital, oriental y exótica Lisboa que representa la culminación de ese
amor a través de su anhelo, ya que para los personajes representa una ciudad
inalcanzable, la ciudad en la que siempre crecerá la esperanza llegar juntos.
De este modo, en esta novela todas las ciudades se encuentran simbolizadas en
esa Lisboa que viene a ser la síntesis de todas, porque, al igual que Biralbo y
que Antonio Muñóz Molina todos somos melancólicos náufragos vagando por las
calles de una ciudad desconocida.
FIN
(Os deseo una agradable lectura y un feliz viaje a Lisboa)
Pescadores junto al "Ponte de 25 de Abril" |
Fuentes:
-" El invierno en Lisboa, la ciudad de la literatura al cine" Jean-Pierre Castellani ,Universidad François Rabelais, Tours (Francia)
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