“Uno no puede
distinguir el pensamiento de las palabras que lo expresan,
un momento de
pensamiento solo puede ser captado por las palabras”
(Platón)
(Sonido
de una emisora de radio sintonizándose)
1941
21
de Marzo. Berlín. Declaraciones de Adolf Hitler en un discurso a sus
compatriotas: “Con la primavera vendrá lo bello. El nuevo año vera la victoria
más grande de la historia”.
28
de Marzo. Londres. Acaba con su vida a los 59 años, víctima de una grave
enfermedad mental, la escritora británica Virginia Woolf, autora de novelas
como “Orlando” y “La señora Dalloway” y de ensayos como “Una habitación
propia”.
22
de Junio. Moscú. Las Fuerzas Armadas del III Reich invaden la Unión Soviética.
1
de Septiembre. Berlín. Se ordena a todos los judíos llevar como identificativo
un brazalete amarillo con una estrella de David
en blanco.
16
de Septiembre. Washington. La Casablanca da la consigna a los barcos americanos
de abrir fuego contra los submarinos alemanes. Definitivamente los Estados
Unidos de América han dejado de tener neutralidad oficial en la Segunda Guerra
Mundial.
1942
23
de Junio. Varsovia. Comienzan a deportarse una media de 6000 judíos al día del
gueto de Varsovia hacia los diferentes campos de concentración alemanes.
París.
El filósofo y escritor Albert Camus, publica su primera novela titulada “El
extranjero”.
26
de Noviembre. Los Ángeles. Se estrena el filme “Casablanca” dirigida por
Michael Curtis y protagonizada por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart.
Nueva
York. El pintor estadounidense Edward Hopper finaliza su pintura “Nighthawks”
(Noctámbulos).
*****
(Noche
en Nueva York. 23 horas. Intersección
entre el Sur de la Séptima Avenida, Greenwich Avenue y el número 11 de West
Street. Local compuesto por dos grandes cristaleras dejando ver a sus clientes
desde el exterior. Cuatro personas en su interior se encuentran en silencio.
Únicamente sonido de copas mezclado con el de un melancólico saxofón nacido de
un viejo vinilo de jazz procedente de un tímido rincón del local).
(La
bella dama de vestido y labios rojos)
Otra vez olvidé las cerillas en casa. ¿Cómo puedo
ser tan despistada? De veras necesito un cigarrillo. O tal vez más de uno.
¿Debería pedirle fuego? Su extraviada mirada en el horizonte del local eclipsa
su profunda reflexión interior, mientras sus manos juegan con un sobrecillo de
azúcar. Parece estar absorto en sus pensamientos. Ni si quiera se ha
desprendido de su sombrero gris. Quizás sea demasiado provocativo fumar en
estos momentos. Al igual que el color de mi vestido y el del carmín de mis
labios. Pero, después de todo, ¿Qué es lo que tiene de imprudente fumar tabaco
y aparentar elegancia después del velatorio de una persona que hace pocas horas
escribió el punto final a su existencia? ¿No debería de ser una obligación
impuesta? Si alguna vez decido convertirme en empresaria seré la dueña de una
funeraria. Sí, ya sé que suena morboso, pero podría darle otra perspectiva a la
muerte. “Damas y caballeros, familiares y amigos. Ríndanles el mejor homenaje a
sus seres queridos con una copita del mejor whisky escocés y un buen habanero. Por
supuesto nos encargaremos también de vestir sus mejores galas. Todo suicidio
necesita productos denominación de origen. Y además está permitido prolongar el placer de su sabor hasta altas
horas de la madrugada”. ¿Pero qué barbaridades me estoy diciendo? ¿Cómo puedo
tener la osadía de planificar fallecimientos ajenos? En vez de divagar tanto,
debería de estar pensando en ella…
(Cierra
los ojos y aspira aire profundamente)
La ciudad de Nueva York la recordará, estoy segura
de ello. Aunque yo ahora la releve en los escenarios heredando el papel
principal de la obra, nunca llegaré a superarla. Y sin duda eso afectará a mi
carrera artística. Pasaré a un segundo plano, seré como la heredera accidental,
impuesta, la que alimentó su avaricia con la muerte. Puede que incluso se
especule como mi presunta implicación en el caso.
(Abre
los ojos mientras suspira)
No, no, no…ahora no es momento de autoflagelarme tan
injustamente.
Recuerdo la primera vez que apareció en mi vida. El
director nos había citado en la sala de
uno de los teatros de Broadway para las pruebas de selección de la obra, una
mañana de otoño. Yo llevaba más de una hora esperando en un incómodo banco de
madera fuera del camerino. Bueno en realidad estaba repasando en voz alta el
diálogo completo de Antígona. Estaba
tan adentrada en el papel de la protagonista que por un momento mi mente se
trasladó a las puertas del palacio de Tebas, y del siglo XX retrocedí
al V antes de Cristo, vistiendo finas telas blancas ancladas a mi hombro
con un broche de oro. Sintiéndome producto del pecado más incestuoso jamás
cometido: ser hija y hermana de la misma persona, Edipo. Adquiriendo, después del destierro de
éste, la misión de dignificar el honor de mi familia en la ciudad de
Tebas, luchando contra las leyes
impuestas por mi tío Creonte (hermano de mi madre- abuela Yocasta), actual
gobernador de la ciudad, al no querer dar digna sepultura, cómo así lo indican
los Dioses griegos, a mi recién
fallecido hermano, Polinicles, castigándole por haberle traicionado luchando
contra su patria. Por un momento sentí la rabia de Antigona al ver a su hermano
abandonado como pasto para los buitres, prometiendo a Zeus llevar a cabo los
ritos funerarios siguiendo las leyes divinas. La vi, me vi a mi misma
embalsamando a mi hermano mientras los guardianes me arrastraban hacia Creonte
para ser condenada a muerte. Y lo que más sentí fue el precio que tuve que
pagar; renunciar al amor de mi estimado Hemón (hijo de Creonte) por tener el
valor de ahorcarme antes de que el tirano de Creonte diera fin a mi existencia
enterrándome viva.
Sin duda el
papel de mi carrera profesional. Toda actriz anhela interpretar a Antígona
desde que empieza a serlo. La leí cuando apenas contaba con diez años, desde el
principio me sentí atraída por su nobleza y dramatismo, su lucha por defender
sus ideales, su reivindicación por la verdad, convicción y desafío de poder. Y
también por su inmensa belleza tanto interior como exterior. Belleza que viene
dada por el hecho de ser ella misma en
todo momento. Me absorbió tanto que fue en ese momento cuando decidí dedicarme
al teatro el resto de mi vida. Había nacido para ese personaje, era mi papel y
nadie absolutamente nadie podía arrebatármelo.
Cuando el director nos llamó, ella no apareció. Lo
hizo media hora después cuando yo ya me encontraba en mi clímax dramático.
Presentaba un aspecto bastante demacrado;
su rostro respiraba ausente de maquillaje y su cabello sin peinar. Pidió
permiso para entrar.
-“Has llegado tarde”- dijo inquisitivamente el
director.
-“Mis mayores disculpas. He sufrido un pequeño
imprevisto al llegar hasta aquí”- dijo ella
El director se levantó desplazándose justo enfrente
de ella mientras preguntaba.
-“¿Eres consciente de que no debería dejarte hacer
la prueba, verdad?”
Ella le miró fríamente a los ojos durante unos segundos.
Al final de su mirada se dejó llevar por una cálida sonrisa mientras decía:
-“El humanismo heroico de las tragedias griegas se
caracteriza por la valentía de sus personajes al aceptar su propio destino.”
Con una mirada de sorpresa, el director le dijo:
- “¡Sube el escenario!”- exclamó
-
“Suzanne”- dijo dirigiéndose hacia a mí
– “Ahora tú vas a interpretar a Ismene”- hermana de Antígona. Sumisa a las leyes de su tío, elije la postura cómoda de
la vida, ya que no se enfrenta a las injusticias impuestas por él.- “Y ella a Antígona. Vais a recrear la escena en la
que Ismene le recuerda aquello que se
debe esperar de una mujer.”
Subí al escenario y
comencé a encarnar a aquel papel secundario:
-
“Piensa
además, ante todo, que somos mujeres, y que , como tales, no podemos luchar
contra los hombres; y luego , que estamos sometidas a gentes más poderosas que
nosotras y por tanto nos es forzoso obedecer sus órdenes aunque fuesen aún más
rigurosas”
De momento, ella
resucitó de sus apariencias. Desplazando sus pies del suelo, llevando las manos
a su rostro, mirándome fijamente a los ojos, la vi cubierta de un blanco manto,
con largos cabellos recogidos y su pétreo rostro cristalino lleno de lágrimas,
implorando justicia en las escaleras del
palacio de Tebas, mientras me gritaba:
-“Déjame,
pues con mi temeridad afrontar este peligro, ya que nada me sería más
intolerable que no morir con gloria”.
Me hipnotizó
completamente. He de reconocer, que nunca antes había presenciado algo
parecido.
El director se levantó
bruscamente de su asiento y exhausto de alegría gritó:
- - “¡Lo tenemos! ¡Por fin lo tenemos!
¡Vamos a ser la envidia de Broadway!”
Oh, señor, empiezo a
necesitar un trago. Ahora, sí que nadie
me lo puede rebatir.
(Le
indica al camarero su petición: un “Bourbon” doble con hielo)
Ese fue el comienzo de
mi batalla interna. Una espiral interminable de odio, rabia y sobretodo
envidia. Después de cada ensayo, volvía a mi apartamento y comenzaba a lanzar
objetos al suelo. No podía controlar mi ira. Intente engañarme a mi misma
siendo su amiga, me acerqué a ella, a su mundo, a sus dudas y temores. Y cuando
más la conocía, su bondad me absorbía hasta el punto de querer exiliarla,
hacerla desaparecer.
El director percibió mi
conflicto interior y un día me invitó a una copa:
-“¿Sabes por qué te di
el papel de Ismene y no el de Antígona, Suzanne? – preguntó mientras le miraba
absorto.- “Porque eres
demasiado perfecta para ser ella. Tus
aspiraciones internas te conducen hacia una utopía vital sometiéndote día tras
días a las opiniones ajenas. Tienes
miedo a demostrar tu miedo, tus dudas. ¿Recuerdas el momento en el que Antígona va a morir sepultada por los verdugos
de Creonte? Ella cae en las garras de un denso lamento, en el que se arrepiente
de no poder disfrutar del amor y de estar condenada a vivir en soledad por haber luchado defendiendo su causa. Es
decir, a pesar de toda su fuerza, capacidad y valentía, demuestra su valor humano
con la duda. Pretendes ser demasiado contundente con tus decisiones, Suzanne, al igual que los Dioses, pero
recuerda que no vivimos en un mundo divino, sino que al estar condenados a ser
de carne y hueso somos responsables de nuestros actos. Le di el papel a ella
porque vi a una mujer absolutamente terrenal, compuesta de incertidumbres
contradictorias. Además para calmar tu angustia te diré, que no sé
absolutamente nada de su pasado, excepto la información detallada en su
pasaporte; nacida en 1917 en Chicago, hija de inmigrantes Europeos. No sé nada
más, ni si quiera dispongo de referencias artísticas. Sólo sé, que cuando la vi
interpretar su discurso me dije:
“Antígona ha resurgido una mañana de otoño de
1941, en pleno corazón de Nueva York.”
(Bebe
un trago durante un largo instante y luego vuelve a colocar el vaso encima de
la barra)
Tal vez sea eso, no
aceptar que pese a todo mi esfuerzo no puedo pretender ser la persona que no
soy. Yo no soy Antígona, ella en cambio demostró serlo. Incluso con su forma de
morir. Quién sabe, tal vez necesitamos tragedia en la vida cotidiana para darle
un toque de ficción a nuestra constante realidad.
Sin duda ella supo
hacerlo como nadie.
En fin, con esto último
no pretendo ofrecer mis alabanzas como corona florar, pues aunque siento una
pena desbordable por ella, su muerte no termina de despertar mis sentimientos.
¿Cómo amamos a los amigos que acaban de dejarnos, eh? Es en ese frágil momento
cuando llegan los homenajes, ese homenaje que tal vez habían esperado de
nosotros toda la vida. Pero ¿se puede saber por qué diablos somos siempre más justos y generosos
con los muertos? Sí, ahora lo entiendo ¡la causa es bien sencilla! Con ellos no
tenemos obligaciones. Nos dejan libres, podemos tomarlo con calma, beber el
homenaje entre un coctel y un amante agradable.
La muerte es aún más
hipócrita que la vida; silenciosa para muchos y en cambio, tan cercana a todos.
No, no voy a engañarme
a mí misma, me alegro de su desgracia.
(Bebe
otro trago, esta vez dura más tiempo.)
¿He dicho que no hay
obligaciones con los fallecidos? Mentía, si nos tuvieran que dar una, esa sería
guardar su memoria.
Pero, ¿Cuáles eran sus
memorias? Al margen de su presente como actriz, ¿Qué secretos guardaba su
pasado? ¿Por qué no había ningún amigo, fuera de los que tenía en el mundo
teatral, ni familiares esta tarde en su velatorio?
(Termina
con todo el contenido del vaso)
Y
mi muerte, ¿será igual? ¿Quién me rendirá un homenaje?
(Gira
el cuello enfocando la mirada hacia la otra esquina de la barra donde se
encuentra el misterioso caballero de rostro oculto, justo en el centro del
cuadro)
¿Estará ese caballero
haciéndose la misma pregunta?
(Permanece
unos segundos absorta, y vuelve a girarse hacia el hombre sentado a su lado)
Sí, definitivamente voy
a interrumpir su duelo pidiéndole cerillas.
(Hombre atractivo con
traje oscuro y corbata perfectamente colocada)
Su coquetería es
admirable hasta en los momentos más
amargos. Nunca antes me habían pedido fuego de una forma tan elegante.
(Saca
una caja de cerillas de su bolsillo izquierdo, y prende una acercándola al
cigarro de ella. A continuación guarda la caja)
Pícara, quizás.
¿Por qué habrá elegido
ese rojo vestido acorde con el color de sus labios para una ocasión como está?
¿Es esto rebeldía o provocación? ¿Intenta seducirme?
Acaba de dar fin a una copa de Bourbon como si mañana no fuera a
amanecer. Su silencio marca un antes y un después en su forma de aceptar las
circunstancias.
(Gira
su cuello y la mira durante unos instantes. De nuevo vuelve su mirada al
horizonte)
Es guapa, muy
atractiva y además inteligente. Pero
sobretodo, poderosa. Sí muy poderosa con sus actos. Quién sabe, tal vez termine
entre mis sabanas esta noche. Y tal vez al cabo de un tiempo, se convierta en mi mujer. Puede que tengamos
hijos ejemplares y adorables. Incluso puede que llegue a ser feliz con ella.
Pero nunca podré olvidar la forma con la que Antígona amó a Hemón.
(Coge
otro sobrecillo de azúcar y hace a pedazos poco a poco)
Yo sé parte de historia
escondida detrás de la tragedia, porque aunque me cueste trabajo aceptarlo; no
todo en la vida es teatro. Los actores corremos muchas veces el peligroso
riesgo de no ser capaces de distinguir ficción de realidad.
La verdad es que me
dejó la mejor parte, la más suave y dulce. Pero también la más efímera.
Yo nunca dejé de
interpretar a Hemón, no podía desprenderme de él. Yo también soy un joven
inexperto pero bondadoso, y sobre todo, enamorado. Resulta paradójico que
durante toda la obra, ambos amantes carecen de escenas apasionadas entre ellos.
Sin embargo la llama de su pasión nunca se apaga. La nuestra tampoco se apagó.
Realmente fue como un cuadro pintado en claroscuro. Su luz me iluminaba cada
vez que me embarcaba en la ardua expedición en busca de su cuerpo, adentrándome
en ella, deslizándome cuidadosamente en cada uno de sus recovecos guiado por
sus cegadores cantos de sirena. Mis ojos se llenaban de lágrimas ante la
impotencia de no poder llegar a lo más profundo de su mente. Cuanto más imposible
se hacía la búsqueda hacia su identidad más sentía que la quería. El placer
convertido en dolor, otra contradicción.
Ahora recuerdo con
profunda tristeza cada vez que, después de elevarnos hasta la cima más angosta
y divina del mismísimo Olimpo, exhaustos, ella me pedía que le leyera la parte
final de la obra, en la que el coro de Tebas recita la muerte de Antígona al
resto de ciudadanos de Tebas.
-
“Nosotros,
en cumplimiento de lo que nuestro desalentado jefe nos mandaba, miramos, y al
fondo de la caverna, la vimos a ella colgada por el cuello, ahogada por el lazo
de hilo hecho de su fino velo, y a él caído a su vera, abrazándola por la
cintura, llorando la pérdida de su novia, ya muerta, el crimen de su padre y su
amor desgraciado. Cuando Creonte le ve, lamentables son sus quejas: se acerca a
él y le llama con quejidos de dolor:”Infeliz, ¿qué has hecho?; “¿Que pretendes?
¿Qué desgracia te ha privado de razón? Sal, hijo, sal; te lo ruego,
suplicante.” Pero su hijo le miró de arriba abajo con ojos terribles, le
escupió en el rostro, sin responderle, y desenvainó su espalda de doble filo.
Su padre, de un salto, esquiva el golpe; él falla, vuelve su ira entonces
contra sí mismo, el desgraciado; como va, se inclina, rígido; sobre la espada y
hasta la mitad la clava en sus costillas; aún en sus cabales, sin fuerza ya en
sus brazo, se abraza a la muchacha; exhala súbito golpe de sangre y
ensangrentada deja la blanca mejilla de la joven; allí queda, cadáver al lado
de un cadáver; que al final mísero, logró su boda, pero ya en el Hades.
Ejemplo
para los mortales de hasta qué punto el peor mal del hombre es la irreflexión.”
Un día no pude soportarlo más.
(Deja
de recortar el sobrecillo, y toma un trago de su copa)
-
“Cásate conmigo “- le dije.
-
“Siento no poder darte aquello que me
pides. Pero yo no soy de este mundo. En el mundo del que procedo no se puede
amar tan intensamente como tú eres capaz de hacerlo”- me contestó
Esparciendo lágrimas agónicas la
abracé como nunca antes lo había hecho,
mientras mi voz le hacía la incómoda pregunta:
-
“¿Quién eres?”
Ella me miró con una mezcla de
cariño y lástima adornada con una relajada sonrisa. Esa sonrisa que sólo ella
conseguía resucitar en los momentos más catárticos del diálogo.
- - “Una mujer solitaria en la ciudad solo
puede ser dos cosas: una prostituta o
una espía.”
(Vuelve a beber de su copa y la
termina)
-¿Cuáles fueron tus
dorados honores, Antígona? Dime, ¿cuáles fueron?
-¿Llegaste a transgredir
el orden?
(Gira el cuello enfocando la mirada hacia la
otra esquina de la barra, donde se encuentra el misterioso caballero de rostro
oculto, justo en el centro del cuadro)
-¿También tú, al igual
que muchos en estos tiempos que corren, fuiste transgresora del orden?
(Permanece
unos segundos absorto, y vuelve a girarse hacia el hipotético horizonte del
local)
-¿Debo vivir con la
culpa de poder haber evitado su muerte? Al igual que hizo Hemón, ¿debería de
haberme extinguido junto a ella de este
desahuciado mundo?
(Le
pide al camarero otro ron doble con hielo).
(Camarero rubio de
blanco y almidonado uniforme)
Vaya, la última botella
de ron que me queda. Con el rostro de cine mudo que visten estos dos esta
noche, voy a tener que buscar más género en el bar de al lado.
(Le
sirve la copa al hombre atractivo con traje oscuro y corbata perfectamente colocada.
Accidentalmente derrama un poco de ron fuera de la copa, que va a parar al
interior de la barra)
¡Mierda! Ya no soy el
jovenzuelo que entró a ganarse la vida en este local por primera vez. Ya tengo
mis años y por tanto, mi experiencia. No debería de permitir que me ocurrieran
estos pequeños incidentes. ¿Qué pensarán los clientes?
(Con
un trapo húmedo comienza a limpiar las gotas mientras pide perdón a sus
clientes. Al llegar al interior de la barra ve un pequeño libro también manchado por el alcohol).
Joder, también se ha
manchado. Bueno por lo menos solo ha sido la cubierta, tiene solución. Pero, un
momento ¿de dónde ha salido este libro? A ver el título. Antígona
de Sófocles.
¡Ah! ¡Ahora recuerdo!
(Se
lleva consigo el libro hacia el interior de la barra, lo coloca en un estante y
comienza a fregar copas)
Se lo dejó olvidado la semana pasada esa muchacha, si esa que
viene todas las semanas un día por semana; los jueves creo, y siempre a la
misma hora, las cinco y treinta y seis. Siempre pide lo mismo: una copa de
whisky escocés con un cubito de hielo. Ni más ni menos. Además, si no me
equivoco siempre viene con una persona diferente cada vez. De pequeño me
enseñaron que la discreción es la mejor herramienta para alcanzar la prudencia,
así que nunca pregunto si el cliente no desea hablar.
Sin embargo, en lugares
como este, a veces las personas beben para llenar la ausencia de una persona
que les escuche.
(Baja
su cabeza, enfocando la mirada hacia el fondo del fregadero)
La primera vez que me
dirigió unas palabras con su radiofónica voz fue la tarde más fría del año en la ciudad.
Había nieve por todas partes. Por un momento pensé en los inviernos de mi vida anterior.
Mi otra vida. La vida en el viejo continente. La vida que continuaban llevando
mis hijas. Y que algún día llegó a vivir mi mujer.
Aquella tarde más de un
metro y medio de nieve cubrió la puerta del local en la primera nevada. Cuando
dejaron de caer copos, salí con una pala a quitar la nieve. Ella, que había
estado dentro presenciando el espectáculo, salió conmigo a ayudarme. Cavamos y
cavamos sin parar, con un entusiasmo increíble,
como si por un momento, Nueva York se
hubiera convertido en una isla desierta y nosotros tuviéramos el mapa del
tesoro oculto. Cuando nos deshicimos de casi toda la nieve, permitiendo el paso
al resto de clientes, ambos dimos un salto de alegría y chocamos nuestras
manos. En ese instante volví a sentirme el niño que algún día fui y que todavía
sigue durmiendo en mí. No podíamos parar de reírnos de nosotros mismos y
también de nuestro éxito tan banal pero a la vez tan puro con el que nos acabábamos de coronar.
-
¿Cuál es tu nombre?- preguntó ella.
- -Preisner, Zbigniew Preisner.
- - ¿De qué parte de Polonia eres?-preguntó
con un cálida sonrisa.
- -De un pequeño pueblo cercano a Varsovia.
¿Cómo sabes que soy polaco?
- - Es sencillo. Aunque el nombre y, también tu acento, te delatan, cualquier
americano se hubiera quejado mil veces del mal tiempo antes de salir con manga
corta a quitar la nieve.
(Levanta
la vista .Seca sus manos húmedas con un trapo, y se sienta en un taburete. Deja
su mirada perdida en el vacío).
Dos días después mi
hermana me envió un telegrama desde Varsovia. En él se escondía una de esas
noticias que uno nunca debe saber en el exilio. Un grupo de soldados alemanes
había arrasado con todas las viviendas de campesinos de los pueblos cercanos a
la capital, entre ellas la mía. Pero lo peor fue que junto con esa aniquilación
material, también estaba mi mujer; la habían subido en uno de esos trenes que
carecen de viaje de vuelta. A las niñas no les ocurrió nada porque esa misma
mañana habían ido a jugar al bosque. Ahora estaban viviendo en casa de mi
hermana, pero su destino era frágil como una tensa cuerda a punto de romperse.
Los nazis ya no tenían ningún criterio de selección a la hora de escoger
prisioneros procedentes de mí país; ya no importaba si eras o no judío, si eras
o no comunista, homosexual, mongólico, deforme, de otra etnia, o si simplemente
eras tú mismo. Eras polaco, y por tanto estabas condenado a las inhalar ese gas
incapaz de ser evacuado por esta demacrada humanidad.
Bueno, parece que nadie
va a pedir otra copa de ron, si lo hacen les diré que se ha terminado y les
ofreceré otro trago.
(Inquieto,
busca la última botella de ron que queda y se sirve una copa)
No sé lo que ocurrió en
el transcurso de los días que vinieron, sólo recuerdo la impotencia y la angustia de mi llanto interno durante la
oscuridad de la incertidumbre de las noches que me asaltaron. Salir de mi
apartamento a altas horas de la madrugada y perderme por las calles más
peligrosas de la ciudad a la espera de que algún afortunado con más gloria que
la mía acabase con mi vida de un solo disparo. De divagar, dejarme ir
pasivamente, sin actitud alguna. Y de esa manera no ser nada en este inframundo
ahogado por los lamentos de aquellos que emigraron en busca de la utopía y
fueron a topar con la desgracia de un
futuro que se rompe a trozos.
¿Cómo podía pretender cambiar mi situación?
o mejor dicho ¿Cómo podía cambiar el mundo desde mi humilde posición? ¿Qué iba a hacer yo para salvarlas? Yo nunca
fui, soy, ni seré nadie.
Sólo sé que tres semanas más tarde mientras
hacía las cuentas de la caja registradora, unas voces de exótico acento me
pidieron en inglés muy educadamente:
- - Perdone, ¿podría tener la amabilidad de servirnos
dos Coca Colas, por favor?
Cuando las vi allí tan diminutas pero a la vez tan
mayores respecto a la última vez que las había abrazado, le di un salto a la
barra, mientras renacía de mis ojos, la distancia acuática habitada entre los
dos continentes.
Toda mi rabia e impotencia hacia la vida humana se desvaneció con ella, transformándose en
esperanza.
¿Puede el azahar atraer a los milagros? ¿Quién
estaba detrás de todo esto, manipulando caprichosamente mi destino?
(Pega
otro trago a su copa. Se dirige hacia el estante y vuelve a coger el libro. Se
sienta en un taburete)
Pues sí, fue ella la que se dejó el libro. Vaya, hoy
es jueves y no ha aparecido en todo el
día.
(Vuelve a coger el trapo y comienza a limpiar
cuidadosamente la portada del libro)
Espero que desaparezca esta maldita
mancha al igual que lo han hecho las gotas que han caído sobre la madera de cerezo de la barra.
He de
reconocer que voy a sentir mucha soledad cuando se lo devuelva. Me ha estado
haciendo mucha compañía esta última semana que he trabajado en el fatigante
turno de tarde. Una vez terminadas mis tareas, y si nadie se dignaba a
ofrecerme conversación, me embarcaba en sus páginas. Incluso un día llegué a mi
casa y en vez de contarles un cuento antes de irse a dormir, les relaté toda la
tragedia. Se quedaron fascinadas ante la fuerza de esa mujer.
- - Papa, ¿también hay Antígonas en
Polonia?- preguntaba una.
- - Sí claro, por supuesto que las hay.
- - ¿Y en América?- preguntaba la otra.
-
También las hay. Las hay en todas las
partes donde haya una mujer valiente. Pero no hace falta que sea mujer, también
puede ser hombre, como el fiel y enamorado Hemón. Vosotras debéis luchar por
ser Antígona.- les dije dándoles un beso de buenas noches.
“Felices
aquellos que no prueban en su vida la desgracia”, es
la frase que más ha calado en mí de toda la obra.
(Gira
el cuello enfocando la mirada hacia la otra esquina de la barra, donde se
encuentra el misterioso caballero de rostro oculto, justo en el centro del cuadro)
Este hombre llegó mucho antes que los dos actores, ha pasado en esa esquina, sentado en el
segundo taburete prácticamente toda la tarde. Nunca antes lo había visto por aquí. No levanta la mirada ni siquiera
para pedir una nueva copa.
¿En qué diablos estará pensando?
Quién sabe, quizás él también haya leído Antígona y esté reflexionando sobre ella, al igual que lo
estoy haciendo yo.
O tal vez…tal vez sepa algo sobre la ausencia de esa
muchacha, porque solo me pide whisky escocés con un cubito de hielo.
Ni más ni menos.
(El
misterioso caballero de rostro oculto,
justo en el centro del cuadro)
¿Cuántas horas llevo anclado en esta posición? Puede
que unas tres. No, unas cuantas más. Cinco, quizás seis. Creo que voy a
pensármelo antes de efectuar movimiento alguno pues a estas horas ya debería de
ir planteándome el hecho de abandonar este subterráneo ecosistema urbano.
Pero, ¿y si el tiempo se ha detenido en estos
momentos? ¿Qué sentido tendría ahora volver a enfrentarme con mi realidad?
(Sin
levantar la mirada, llama al camarero rubio de blanco y almidonado uniforme y
le pide otro whisky escocés con un cubito de hielo.)
Es la primera vez que me pierdo en este lugar, ella
me había hablado de él. Decía que su situación arquitectónica sobre el plano de
la intersección entre la calle y las dos avenidas que lo componían era perfecta
para pasar desapercibido. Al mezclarte con personas anónimas te volvías
invisible, como ellos, y de esta forma era imposible levantar la menor
sospecha.
Pero al fin y al cabo, ¿no somos todas las personas
conocidas y anónimas al mismo tiempo? ¿No somos todas las personas por el mero
hecho de serlo, sospechosas?
(Con
su dedo índice, dibuja un círculo acariciando suavemente el borde de la copa)
Voy a intentar explicarme correctamente. Por un lado
invertimos parte de la vida intentando
pasar desapercibidos, ocultando nuestra verdadera identidad. Pero en cambio,
algunos cometen el atroz error, y a la vez el acto de valor, de sacar a relucir
sus vulnerabilidades en los momentos más afilados.
¿Pero no es durante esos momentos cuando somos
conscientes de ser los protagonistas de nuestra propia existencia?
Es lo que más admiraba y odiaba de ella. Era como una luciérnaga que brillaba
enérgicamente durante toda la noche para apagarse durante el día. El día era su
oscuridad y la noche su luz. En los escenarios descargaba todo aquel peso con
el que tuvo que arrastrar todo su pasado.
¿Digo solamente pasado? ¿Y presente?
Al conocerla, yo también me vi sumergido en esa
dicotomía vital; la paradoja de aquellos que estamos condenados a vivir entre
dos mundos. Entre el amanecer y el ocaso. Entre el ayer y el mañana.
El agridulce
porvenir de los que navegamos entre nocturnas llamadas encarcelados en oscuras
cabinas perdidos en los crípticos barrios
de una ciudad que va creciendo sin parar, alimentándose de almas extranjeras.
O la de recibir un telegrama y leerlo a escondidas
corrompidos por la avaricia de la información inédita.
O el del obsceno desafío de seguir los pasos de un
alma en pena, invadiendo su intimidad, entrando en su casa, enviándole amenazas
a él y sus seres queridos.
Todo eso para poner en duda tu propia dignidad.
¿Estoy haciendo lo que de verdad deseo en las horas que he gastado de este
paréntesis cósmico en el que estoy sometido a respirar? ¿Este es el precio que
debo pagar por el simple hecho de haber nacido en un país que resurge
embalsamado de rabia y odio de las injusticias de la guerra anterior?
(Bebe
un trago de su copa. Continua sin levantar la mirada).
Recuerdo aquella noche que me la encontré
accidentalmente, esperando a un buque procedente de Belfast en el puerto. Fue
justo después de la invasión alemana en Rusia.
Más de mil niños y aproximadamente la mitad de adultos, hombres y
mujeres, ancianos, hambrientos, sedientos, casi desnudos, llegaban a la tierra
prometida alejados del exterminio de un continente que caía en picado día tras
día.
Yo, cobarde de mí, intente esconderme, escapando de
su mirada. Pero ella, más ágil, se percató de mi presencia. Entre la oscuridad
de las sombras eclipsadas en las tenues luces nocturnas. Se dirigió hacia mí.
Yo no tenía escapatoria. Como si la fiera más peligrosa y rebelde de la selva
la hubiera poseído, en un acto de agonía, asco y rabia se abalanzó sobre mí
escupiéndome en la cara mientras sus efervescentes lágrimas me decían:
- - “No pretenderás acabar con sus vidas,
¿verdad? Dime que no es eso lo que pretendes.”
Nunca antes me había hervido tanto la sangre como en
ese mismo instante. Sin pensarlo levanté mi brazo derecho, azotándole en la
margen izquierda de su rostro, con la misma rabia que sentía al no saber porque lo estaba
haciendo.
Ella
reaccionó segundos más tarde, con esa cálida sonrisa que tanto amaba y a la vez
tanto desearía borrar de su expresión.
- - “Acaba con mi vida. ¡Venga, hazlo! Lo
estás deseando, lo veo en tu rostro. No eres más que un espía reprimido y
muerto del asco que le produce ser el verdugo de la deshumanización. Si lo
haces ahora pasaremos desapercibidos, tanto tú como yo. Los dos. Yo ya no tengo
vida, hace tiempo que deje de tenerla, al igual que tú. Nadie va a preguntar
por mí, del mismo modo que nadie te culpará si lo haces. ¡Mátame de una vez!
- - “¡¡¡¡Cállate zorra!!!! Cierra esa boca
de puta que tienes. ¿Qué te crees que por ser la hija mimada de un alto mando
de la Gestapo no te voy a faltar al respeto? ¿De verdad crees eso? Te crees una
heroína y, ¿sabes lo que escondes en
realidad? ¡Traición! Eso es lo que escondes. Eres una maldita traidora, que por
revelarse contra el honor de su nación, el de su familia y el de la futura
promesa de Europa, está jodiendo el plan de aquellos que te dan de comer que no
son más que aquellos con los que pretendes acabar ayudando en el exilio de civiles bastardos repletos de piojos y
enfermos de tisis, justo lo contrario
que te habían ordenado papá y sus colegas. ¿Pretendes cambiar el
porvenir de esta Guerra? Sí. Tú sigue con tus ilusiones de bohemia idealista, y
verás como llegas lejos. ¿Qué no te das cuenta de que en un conflicto bélico no
existe la neutralidad del inocente? Queramos o no, en una guerra estamos todos
implicados, por muy pacifistas que seamos. Debería matarte la vergüenza.
Puedes dormir tranquila, no seré yo
aquel que te delate. Pero que sepas que tarde o temprano hasta los más
valientes huyen cuando sienten a la muerte rondarles por la vida.
Entonces se dio la vuelta, caminó unos pasos. Y desde donde estaba dejó
por un momento de ser esa espía conspiradora de almas, a ser la actriz
coleccionista de las almas de los personajes que interpreta, me respondió.
- - “Yo
no nací para compartir el odio sino el amor”-y con esa frase se
deshizo de sus propias huellas.
En ese momento tuve un pensamiento fugaz. Pensé que
al fin y al cabo, nos pasamos la vida interpretando a un personaje, hagamos lo
que hagamos siempre estamos actuando. ¿Entonces, cuándo llega ese esperado
momento en el que dejamos de actuar para ser nosotros mismos?
Sus palabras todavía no han podido escapar de mi
mente.
(Bebe
otro trago durante varios segundos. Permanece todavía sin levantar su mirada)
Pero el primero en caer fui yo. Tras varias semanas
de extorsiones, telegramas y coacción incesante, me vi obligado a hacerlo.
Aquella mañana de domingo una extraña atmosfera me
invadió, al ver la puerta de su apartamento entreabierta.
¿Habría alguien con ella?
Me deslicé sigilosamente, como un halcón volando
cerca de su presa. Pero cuando entré a su habitación un escalofrío me recorrió
todo el cuerpo. Nunca hubiera pensado que una silla de madera yaciendo en un
frio suelo de baldosas grises, me impidiera levantar la mirada hacia la escena
principal de aquel crimen personificado.
La silla en
el suelo.
Sus pies
levitando sobre la silla. La gruesa cuerda abrazando su cuello. Y una nota que
todavía no he tenido el valor de leer.
(Saca
del bolsillo derecho un papel blanco doblado en cuatro pliegues, y lo abre
lentamente sobre la barra. Oculto en él aparece un diminuto mapa de Nueva York)
La nota decía:
“Y
si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quién como yo, entre tantos
males vive,
¿no
sale acaso ganando con su muerte?”
No
quería cargarte con el peso de ejecutar mi propia muerte. De modo que me
adelanté.
(Observa
atentamente el mapa. )
¿Qué son estas
señales en rojo? Parecen refugios clandestinos. Es muy peligroso que esto caiga
en mis manos. Podría hacer mucho daño. Además en el aparecen los nombres y apellidos de las familias.
Oh, señor…
¿Por qué me dejaste con semejante carga?
(Sigue
leyendo la nota mientras su rostro se va llenando de asombro)
Ahora
está en tus manos cambiar el curso de la historia.
Todos
esos nombres y apellidos esconden personas, que a su vez viven conectadas con
otras personas que a su vez componen la humanidad, y está los sucesos que nos
depara el futuro del mundo en el que vivimos.
Si
aceptas el desafío,
conseguirás
llegar a ser tú mismo.
Todo
depende de ti.
Buen
viaje.
(El
misterioso caballero de rostro oculto se cubre el rostro con las manos,
emitiendo un interminable llanto. La bella dama de vestido y labios rojos, el hombre
atractivo con traje oscuro y corbata perfectamente colocada y el camarero rubio
de blanco y almidonado uniforme le observan absortos mientras se descubre su
escondido rostro).
FIN
(A todos aquellos que aprenden a hablar bien sólo cuando renuncian a la
vida por un tiempo).
(Y a M por animarme a dar vida a la gran obra de arte de Hopper).
Basado
en:
-
Antígona.
De Sófocles.
-
Shirley:
Visiones de una realidad. Dirigida
por Gustav Deutsch. Película en la que muchos de las obras de Hopper cobran
vida, excepto el cuadro protagonista de este relato.
Inspirado en:
-
La
caída. Albert Camus.
-
Vivir
su vida . Dirigida por Jean – Luc Godard.
-
Casablanca.
Dirigida por Michael Curtis.
Fuentes
de información:
-Hemeroteca
histórica de ABC: hechos más relevantes de los años 1941- 1942.
-Wikipedia: información sobre la técnica sobre la
pintura de Hopper.
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