domingo, 15 de marzo de 2015

Postcoital


El diálogo es uno de los mayores conflictos narrativos a los que debe enfrentarse el escritor a lo largo de su proceso creativo. 
En primer lugar, el diálogo es una herramienta para mostrar al lector la psicología de nuestros personajes, ya que gracias a él no sólo expresamos la forma en la que ellos se expresan (a través del diálogo directo) sino que también hacemos hincapié en la forma en la que piensan (a través del indirecto)..
Diane Keaton y Woody Allen durante el rodaje de Annie Hall,
película que representa muy bien, el conflicto creado por el
diálogo

En segundo lugar, el escritor debe de encontrar el equilibrio entre la realidad y la belleza, es decir, lo que diría una persona normal y lo que impulsa esa magia creativa. Si escribiéramos o leyéramos en voz alta, los diálogos cotidianos nos parecerían  absurdos y vacíos, de modo que nos esforzaríamos por enriquecerlos literariamente.
 ¿ Cómo podemos encontrar esa magia? Uno de los trucos más utilizados por los escritores para gestionar el conflicto dialéctico, es el de leer en voz alta los resultados de esta representación narrativa. De este modo, el escritor juega a dar vida a sus propios personajes , recreándolos. 

Encontrar esa magia  fue mi reto para esta semana. Para ello he escogido una situación cotidiana un tanto incómoda y a la que todos nos vemos condenados a enfrentarnos de vez en cuando: una conversación después de haber compartido una noche inesperada con una persona a la que hace tiempo que no vemos. 

La primera versión corresponde al diálogo tal y como lo experimentaríamos en la vida real si una cámara nos filmara, en cambio , la segunda versión está enriquecida por las características narrativas.

Seguro que después de leerlos observáis diferencias en vuestra forma de utilizar la dialéctica.

Recrear en voz alta este fragmento ha sido una experiencia muy divertida.



POSTCOITAL

(Versión diálogo directo)

-¿Qué es ese ruido?

-Perdona, olvidé apagar el despertador. Ya sabes, pequeños contratiempos del fin de semana.

-¿Qué hora es?

-Las seis y media. Ni si quiera el Sol se ha dignado a salir.

-¿Tan pronto?

-¿Por qué te tapas, mujer? ¿Tienes frío?

-Es que, es que… pienso en que hace tan sólo tres horas que…

-¿Qué alcanzamos el placer? ¿El gozo? ¿El éxtasis? ¿O tal vez la divinidad?

-¡Para, para, para…!

-Pero… ¿qué te ocurre? ¿Qué tiene de malo recordarlo? ¿Acaso no te ha gustado? Vaya, pensaba que yo iba mejorando con los años.

-¿Por qué todos los hombres tenéis la maldita costumbre de sacar a relucir vuestros trofeos?

-Porque es una forma sana de demostrar nuestra virilidad.
-¿Sana? ¿De verdad lo crees?  Sana sería si dependiera de mí confirmar dicha victoria.

-¿Y por qué iba yo a necesitar tu opinión?

-Acabas de tirar por la borda la culminación de un encuentro accidental. Me marcho. Se vuelve a verificar la teoría de que a partir de los cuarenta las personalidades no se pueden cambiar.

-Vaya, vaya. Parece que anoche no decías lo mismo.

-¡¡ Vete a la mierda!! ¿Sabes lo que eres? ¿Quieres saberlo?

-Sorpréndeme

-Un eterno soltero alimentado por el capricho de una noche salvaje. Nada más que eso.

-Bueno, parece que aunque pase el tiempo, ambos seguimos teniendo cosas en común. Perdón, excepto el matrimonio. Tu matrimonio.

-¿¿Qué insinúas??¿Qué soy la versión femenina e infiel de tu sobrevalorado ego? ¿Otra superviviente de los ochenta, cuya vida se ha visto frustrada por las causas perdidas?

-No has cambiado nada. –dijo él.

-Tu tampoco.

-¿Echamos el último antes de que te vayas?


 
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POSTCOITAL

(Versión diálogo directo ampliado)

-¿Qué es ese ruido? – preguntó ella sorprendida.

-Perdona, olvidé apagar el despertador- respondió él- Ya sabes, 
pequeños contratiempos del fin de semana.

-¿Qué hora es?

-Las seis y media. Ni si quiera el Sol se ha dignado a salir.

-¿Tan pronto? – exclamó ella mientras se cubría con su parte proporcional de edredón.

-¿Por qué te tapas, mujer? ¿Tienes frío?

-Es que, es que… pienso en que hace tan sólo tres horas que…

-¿Qué alcanzamos el placer?- preguntó con una sonrisa mientras ella se enrojecía- ¿El gozo? ¿El éxtasis? ¿O tal vez la divinidad? – una risa accidental surgió de sus entrañas.

-¡Para, para, para…!-exclamó su voz escondida en lo más profundo de la cueva construida por el edredón.

-Pero… ¿qué te ocurre? ¿Qué tiene de malo recordarlo? ¿Acaso no te ha gustado? Vaya, pensaba que yo iba mejorando con los años.

-¿Por qué todos los hombres tenéis la maldita costumbre de sacar a relucir vuestros trofeos?

-Porque es una forma sana de demostrar nuestra virilidad.

-¿Sana? ¿De verdad lo crees?  Sana sería si dependiera de mí confirmar dicha victoria.

-¿Y por qué iba yo a necesitar tu opinión?- dijo con la misma sonrisa.

Ella le respondió con una mirada ametralladora.

-Acabas de tirar por la borda la culminación de un encuentro accidental- dijo mientras recogía los recuerdos de ropa perdidos alrededor de la cama.- Me marcho. Se vuelve a verificar la teoría de que a partir de los cuarenta las personalidades no se pueden cambiar.

-Vaya, vaya. Parece que anoche no decías lo mismo.

-¡¡ Vete a la mierda!!- exclamó poseída por la furia- ¿Sabes lo que eres? ¿Quieres saberlo?

-Sorpréndeme-respondió con otra sonrisa indiferente mientras ella, víctima del nerviosismo engendrado por la incomodidad,  se colocaba el sujetador del revés.

-Un eterno soltero alimentado por el capricho de una noche salvaje. Nada más que eso.

-Bueno, parece que aunque pase el tiempo, ambos seguimos teniendo cosas en común. Perdón, excepto el matrimonio. Tu matrimonio.- respondió él.

Ella desistió finalmente en su intento por colocarse el sujetador y en un ataque de ira, se lo lanzó a la cara mientras sus pechos surgían liberados de su armadura. De pronto, sus pezones comenzaron a erguirse en una danza interminable.

-¿¿Qué insinúas??- volvió a exclamar con furia- ¿Qué soy la versión femenina e infiel de tu sobrevalorado ego? ¿Otra superviviente de los ochenta, cuya vida se ha visto frustrada por las causas perdidas?

Se miraron uno al otro durante unos segundos. El despertador volvió a sonar. Ella lo lanzó al suelo sin remordimientos.

De nuevo, sus miradas se entrecruzaron. Una tímida sonrisa surgió a continuación en el rostro de ella. Otra en el de él. Al fin, Una carcajada consiguió dibujar la frontera entre ambos.

-No has cambiado nada. –dijo él.

-Tú tampoco.


-¿Echamos el último antes de que te vayas?

FIN


Inspirado en este tema de MClan






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