lunes, 6 de abril de 2015

Viajes de papel: "El invierno en Lisboa"

De cómo visitar una ciudad y escribir una novela sobre ella pueden dar un giro inesperado a tu vida.

             Viajes de papel: "El invierno en Lisboa"

“Reconocí su manera de andar mientras cruzaba la calle, ya convertida en una lejana mancha blanca entre la multitud, perdida en ella, invisible, súbitamente borrada tras los paraguas abiertos y los automóviles, como si nunca hubiera existido”.

Con estas palabras me decía adiós, mientras los rayos de sol nacían tímidamente en esta mañana de lunes festivo, “El invierno en Lisboa”, la segunda novela (y para algunos la más relevante) de Antonio Muñóz Molina.

Con la tristeza de aquel que se despide de un amigo (o quizás de un amor) a través del cristal de la ventana de un tren de larga distancia, cerré la contraportada pensando que este no sería un adiós definitivo, sino un tierno “hasta luego”. Mi relación con la esta novela es igual de contradictoria que los personajes que la habitan, y es que desde que supe de su existencia he intentado evitarla de forma inquisitiva por un caprichoso reto literario: no leer “El invierno en Lisboa “hasta no haber visitado la ciudad que bautiza su título. Esta decisión que algunos calificarían de excelente “turismo literario” desde mi punto de vista ha sido una forma inocente de transgredir a la imaginación, ya que, ¿hay algo que emocione más al lector que el de imaginar una ciudad desconocida a través de la descripción subjetiva que un escritor elabora de ella?

“¿Tú nunca sueñas que te pierdes por una ciudad donde no has estado nunca?”

 En otras palabras: me siento una lectora infiel, pero como Lucrecia, la protagonista femenina de esta novela, que durante unas horas de misteriosos hoteles oscuros se transforma en la amante del solitario pianista Santiago Biralbo, me siento orgullosa de serlo, porque esta experiencia me ha brindado la oportunidad de viajar de forma física, psicológica y literaria decorando el espacio y las inquietudes de unos personajes más cercanos a nosotros de lo que el autor pretende al dibujar en este delicioso cuaderno de viajes prohibidos.
Adentrándome en el epicentro de este análisis alternativo del libro, voy a centrarme en un fenómeno casi fantástico que de cuando en cuando irrumpe en la vida de los autores: la metamorfosis del escritor en uno de sus propios personajes. Este hecho casi surrealista, fue precisamente el que aconteció en la vida de Antonio Muñóz Molina, y cuya consecuencia fue precisamente, el título de esta entrada; un giro inesperado en la trayectoria de su existencia.

Antonio Muñóz Molina era (y sigue sintiéndose orgulloso de ello) un andaluz de provincias nacido en Úbeda (Jaén) hijo de campesinos y funcionario en la concejalía de cultura del Ayuntamiento de Granada, casado y con hijos. Hasta los datos leídos; un español medio descendiente de trabajadores y por tanto calificado por inercia como ciudadano “normal”. Pero Muñóz Molina era algo más que una persona normal; era licenciado en Historia del Arte y un amante incondicional de la pintura, la música, el cine y la literatura, vicios que le conducían a refugiarse en una habitación perdida de su hogar alejado de su familia encontrando la inspiración dormida por su aparente vida cotidiana.

De estas horas de exilio doméstico nació el borrador de “El invierno en Lisboa”, cuya ciudad protagonista era Florencia. Sin embargo, el autor consideró que carecía de consistencia y ni siquiera se le pasó por la cabeza el deseo de publicarla. Además, él se sentía día tras día, viviendo una vida que no le pertenecía debido a  la sensación de extrañeza respecto a su familia y al rol que la sociedad le pedía que interpretara. Ante este tenue paisaje, un amigo le sugirió un día “¿Y por qué no visitas Lisboa? Y así lo hizo. Con los ojos de un niño que observa los rostros de su primer viaje, Muñóz Molina se dejó perder durante tres días en la ciudad del fado, de las caóticas calles adoquinadas, de un río camuflado en el mar, y de las miradas lascivas acechando en cada esquina. El escritor se empapó de cada detalle como si fuera el último viaje. Experimentó esas sensaciones secretas que todos los aficionados a las palabras esperamos sentir al visitar por primera vez una ciudad extranjera; la de desprenderse de un mismo. Pero esta erudita y bohemia sensación que regala la falta de identidad era completamente falsa: mintió piadosamente a su mujer mientras ésta cuidaba de su hijo recién nacido para escribir el preludio de la vida que siempre había soñado.
De esta huida fortuita, nació a su regreso “El invierno en Lisboa”, y a partir de ese momento su biografía se pinceló por las vicisitudes del destino: deshacerse de su rutina anterior, separarse de su mujer, ganar un premio Planeta, escribir nuevas novelas, convertirse en periodista para algunos importantes periódicos, formar parte de la Real Academia Española de la lengua, conocer a la escritora Elvira Lindo y casarse con ella, ser director del Instituto Cervantes en la ciudad de Nueva York y el más reciente, ganar el premio “Príncipe de Asturias de las Letras”.

Con este epílogo no pretendo elaborar el curriculum vitae del autor ni, al contrario, maldecirlo por sus actos. ¿Recordar  su vida anterior y también este palmarés es necesario para justificar la decisión que tomó en su día de alejarse de sí mismo para reencontrarse? En mi opinión constituye un punto de referencia para explicar una constante en las novelas del autor:  

“¿Cómo se forma uno? ¿Cómo se define uno como es? ¿Cómo llegas a ser quién eres? Para definirte necesitas un viaje, pero puede ser un viaje cercano, en tu propio y limitado entorno o un viaje exterior (…) Yo elegí el segundo.
(Entrevista en Canal Sur)

Con esta declaración de principios el lector consigue , a través de la lectura de “El invierno en Lisboa” comprenderlo como un alimento de experiencias vitales: literarias, artísticas, cinematográficas y  personales que describen la prófuga huída del protagonista entre dos ciudades europeas. Por un lado, la oscura y nocturna San Sebastián, representada por la vida estable del músico y también el lugar donde se gesta el amor; donde una noche de jazz se entrecruzan casualmente las miradas de Lucrecia y Biralbo,  y por otro la vital, oriental y exótica Lisboa que representa la culminación de ese amor a través de su anhelo, ya que para los personajes representa una ciudad inalcanzable, la ciudad en la que siempre crecerá la esperanza llegar juntos. De este modo, en esta novela todas las ciudades se encuentran simbolizadas en esa Lisboa que viene a ser la síntesis de todas, porque, al igual que Biralbo y que Antonio Muñóz Molina todos somos melancólicos náufragos vagando por las calles de una ciudad desconocida.

FIN



(Os deseo una agradable lectura y un feliz viaje a Lisboa)

Pescadores junto al "Ponte de 25 de Abril"



(Os deseo una agradable lectura y un feliz viaje a Lisboa)

Fuentes:

-" El invierno en Lisboa, la ciudad de la literatura al cine" Jean-Pierre Castellani ,Universidad François Rabelais, Tours (Francia)

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